Los invisibles en los debates, desde una mirada “infantil”
Por Daniel Tirso Fiorotto
Es lógico que la feligresía rece el Padrenuestro en misa. El Padrenuestro es a la misa lo que el corazón a la persona. Los cristianos lo comprenden. Ya en otro ámbito, ¿alguien imagina un partido de fútbol sin pelota? ¿Es posible que cien mil aficionados asistan a la cancha, se presenten los árbitros, los 22 jugadores, falte la pelota y nadie se dé cuenta? Sin Padrenuestro no hay misa, sin pelota no hay fútbol. Vaya novedad.
Ahora, ¿por qué la mayoría de los políticos argentinos puede argumentar durante días, desde las más diversas extracciones partidarias, hablar del país, invocar la patria, y eludir de manera sistemática los saberes milenarios de este suelo, que debieran ser la base de cualquier argumentación? ¿Por qué lo hacen, y por qué ese hondo hueco en el medio pasa inadvertido?
¿Cómo es que escuchamos a diario economistas, de los más diversos signos, repartiendo soluciones a diestra y siniestra, e ignorando como una norma inapelable la economía guaraní, por caso, las relaciones quechua aymaras, por caso, que dan respuestas milenarias desde este suelo a problemas actuales de este suelo?
Puede haber distintas razones. Para nosotros, una de ellas tiene nombre y se pronuncia “colonialidad”.
Se cumplían cien años de la independencia en 1916 y se rendían homenajes a todos menos a los pueblos ancestrales, entonces el entrerriano Claudio Martínez Payva escribió: “¡Indio! Cuando todos te olvidan,/ cuando todos te ignoran/ y sobre tu dolor, coros levantan/ y ni las almas vírgenes te cantan/ ni los niños te lloran,/ surges en mí, sereno,/ hermoso, grande y lleno/ de tu esplendor lejano./ Sereno y triste, silencioso y bueno:/ sin patria, sin destino y sin hermano!”
Más de un siglo después, lo mismo. Por ahí alguien alza un reclamo, pero dentro de los valores occidentales, lejos de la cosmovisión ancestral que echa luz al siglo XXI, aunque la tapemos.
El estado-nación argentino y los organismos y las instituciones que lo circundan, incluyendo partidos, sindicatos, corporaciones, medios masivos y universidades, constituyen un invento moderno comparable a la misa sin Padrenuestro, al fútbol sin pelota.
Salvando excepciones, si algún sector minoritario echa mano a los saberes ancestrales es para acomodarlos en sus casilleros. Pero los principios, los valores, las enseñanzas cultivadas por milenios en nuestros territorios, no tienen cabida en la partidocracia argentina.
Esos saberes están en nuestras comunidades, en el barrio, el campesinado, la literatura, el cancionero, las luchas, las asambleas; no están en los pretendidos representantes que parecen hacer fuerza para mantener impolutas sus fuentes racistas.
Exclusionismo
Ya lo dijo un gran historiador: la condición central de la política argentina (y hablaba del siglo XIX) es el exclusionismo. Uno toma un cachito de poder y descarta al otro. Ese eje es exactamente opuesto a los saberes ancestrales que llaman a la vía comunitaria y al consenso. Pero la mentalidad occidental colonial atropella: ganar, mandar, acomodarse, aplastar. ¿Cómo recuperar aquella sentencia ancestral que dice: “si uno gana y el otro pierde, los dos pierden”, sin ser considerado cándido, infantil? El occidente altanero siempre trató de infantiles a sus siervos y esclavizados. Prefiere mantenerse en el enredo antes que bajarse de su pedestal y pegar la oreja a la tierra.
Y bien: comprender la realidad argentina actual es harto complicado y depende del ángulo de mira. Quizá desde distintos ángulos y distancias se digan cosas diferentes, pero puede que no sean incompatibles, que sean sí complementarias. La idea de los opuestos complementarios es luminosa en esta hora, pero donde la religión del occidente colonial dijo sombra, sus creyentes repetimos sombra, nos resistimos a la luz.
En nuestro país, con los grupos partidizados intentando sacar tajada de la crisis, como si compitiéramos por jirones de un cadáver, todo análisis sereno suele ser descalificado de un planazo. (No ignoramos excepciones, que las hay). La dicotomía es madre en el occidente colonial argento y llama a la masificación acrítica. El maniqueo obliga a una vereda o la de enfrente.
Los saberes ancestrales alumbran más allá; dicen que las cosas pueden ser de una manera y de la otra, y también de una tercera manera que no invalide las anteriores. Es la lógica del tercero incluido. Lo “cheje”, dice Silvia Rivera. La bataraza, decimos aquí. Somos esto y aquello y lo otro, al mismo tiempo. Eso facilita la comprensión, la conversación.
Nuestros pueblos milenarios se han sostenido, a pesar de los crímenes, las persecuciones, las distorsiones, y muchas veces fortalecidos en el silencio.
Digamos que, entre los argentinos, de crisis en crisis, el que no está organizado y no llora, no mama. Ahí es donde el silencio pierde, como pierde la mesura, pero no se advierte con claridad que la sobreactuación es inconducente, excepto para los circulitos cercanos. De ahí que el grotesco en que se ha convertido el debate (dentro de sus estrechos límites occidentales) sea aburrido por sobreactuado. Cada quien intenta colocarse en el rol de salvador o de víctima, cuando no de lúcido, que es lo más chocante.
Escuchamos días atrás a una legisladora que se quejaba de las puteadas y las amenazas que recibía en la calle, y al toque otra legisladora que la acusaba de ridícula y pedía a los partidos que llevaran gente más competente al Congreso. Los espectadores no sabíamos si quedarnos con la llorona o la altanera. ¿Quién es el sabelotodo que se siente capaz de descalificar al otro? Todos los probables méritos se derrumban como un castillo de naipes cuando uno se las cree.
Traemos la disputa a cuento, porque las dos legisladoras, ubicadas en los extremos del campo político partidario, se muestran equidistantes de los saberes ancestrales de este suelo. Y pruebas al canto: algunos partidos opuestos han sostenido por igual a Aerolíneas Argentinas, que en pocos años demandó del estado argentino 8 mil millones de dólares, es decir, lo que cuesta comprar todas las tierras (seis a ocho millones de hectáreas) que demandan los pueblos ancestrales de la Argentina para saldar un conflicto de 500 años. O para iniciar una revolución del trabajo como nunca se vio, de los tiempos de Artigas a esta parte. Pero el occidente colonial manda que el centro decida, sin atender prioridades del resto, y el centro dijo Aerolíneas… Con el cuentito del “efecto derrame” que obnubila a los creyentes por derecha y por izquierda.
Uno puede simpatizar más con unos que con otros, pero sin perder de vista que ambos bandos pertenecen al mundo vertical permitido, con alto menosprecio de los saberes, los modos y las luchas de nuestros pueblos milenarios horizontales.
La Argentina permanece estancada en el no diálogo, en la acusación como método y meta, en la oposición como norma, en la negación del presente, en la imposición de las mayorías circunstanciales. En este punto, digamos que los pretendidos debates se desarrollan sobre el pasado y el futuro, pero no sobre el presente. Muchos tratando de señalar al otro por el ayer, y posicionarse hacia el mañana, mientras cruje el hoy.
Dedo y martillo
Fuera de la lógica colonial que tiñe a casi todos, oficialismo y oposiciones, la primera crítica que podríamos hacer a la gestión de gobierno actual del país es, precisamente, la ausencia de una imprescindible serenidad, cuando el ruido en el país ha hecho metástasis. “Piano, piano, si va lontano”, decían las abuelas.
Serenidad, pues. Y la segunda crítica es su falta de delicadeza. El hecho de que otros fueran también ruidosos y atropelladores no lo exime, y hoy lo que corresponde es mostrar al gobierno actual, al que siempre debe exigirse virtudes e ideas superadoras porque carga con la experiencia de los demás.
La sociedad se sostiene en interacciones, finas y complejas, como una copia de la biodiversidad que contiene a esa sociedad. Meter mano en el monte para extraer un insecto puede parecer fácil desde el punto de vista práctico, pero es propio de la mentalidad occidental, altanera, que todo lo sabe y en verdad lo que sabe es insignificante, insuficiente. Las repercusiones serán seguro impensadas, de ahí que, cuando más complicado se presenta el panorama se impone la mano de seda.
Más aun cuando el sistema que permitió a este grupo de políticos acceder al poder político en el Ejecutivo es el mismo que lo acotó en el Congreso.
La grosería para abordar las normas puede provocar algunos efectos previstos, es cierto, pero muchos otros escapan al responsable. Entonces, excepto en el estado revolucionario que da para otro abordaje, eso de cortar grueso no es un plan inteligente, es más bien fruto del apuro. Otra perlita del occidente moderno, que a la tranquilidad ancestral la ha llamado “holgazanería”. Occidente todo lo sabe, todo lo descalifica.
Hubo otras gestiones brutas, es cierto, y han mantenido por años, y por décadas, una imagen, porque supieron armar su relato. No es que fueran exitosas, sólo escribieron su presunto éxito, y el cuento, sí, les resultó duradero.
La tercera crítica que tenemos para la gestión de gobierno se refiere a la falta de equilibrio, y nos lleva a colocarlo dentro del ur fascismo que decía Umberto Ecco. En eso se parece bastante a varios grupos de la oposición. ¿Cuándo entra en el ur fascismo? Cuando menosprecia la fuerza del adversario y sobreestima la fuerza propia. Entonces, no sólo se arriesga demasiado sino que los engranajes chirrían, nada sale aceitado; en vez de calibre y llave francesa, dedo y martillo.
Si un sector político entra al ruedo y llega al poder por las normas vigentes, entonces es obvio que debe considerar que esas normas prevén tres poderes, cuyos funcionarios llegaron por vías similares. El presidente que llega con una enorme cantidad de ideas debe saber que, si no tiene mayoría ni primera minoría en el Congreso, el gobierno no es suyo sino de la coalición que logre constituir. Los berrinches serían entendibles si provinieran de un sector que no acepta las normas y no participa, pero aquel que se vio beneficiado con las normas, al punto de acceder a la presidencia, no tiene manera de ignorar las estructuras. ¿Qué debió hacer, entonces? Debió tener un plan B. Así de sencillo.
Los agujeros de la patria
En el momento en que redactamos esta columna no sabemos qué normas quedan, sea de la ley como del decreto en juego. Pero repitamos: serenidad, delicadeza, equilibrio. Ahora bien, ¿con esas tres premisas tenemos un plan y sale adelante? No. Primero, porque el oficialismo y las oposiciones ya están habituados al martillo. No hay garantías de que la serenidad sea respondida con serenidad, pero sí hay garantías de que el golpe será respondido con golpe.
Sería largo exponer los tremendos agujeros por donde se nos cuela la patria (la patria grande). Sí podríamos decir que hemos conocido otro mundo posible, y está a la vuelta de la esquina. Ese mundo se sigue tejiendo en los barrios, en las pocas comunidades campesinas que van quedando, con alta participación femenina, y ha quedado expuesto en libros que estos actores ningunean.
Para sintetizar esos saberes: la condición principal de nuestras familias ha sido, por milenios, la hospitalidad, el trabajo colectivo y festivo, la vida y la propiedad comunitarias; así como la noción de complementariedad, y la participación y la búsqueda del consenso, en vez de la representación y la imposición de mayorías de ocasión. También la resistencia comunitaria a los embates del sistema. La autonomía y la confederación, por sobre la prepotencia del estado nación uniformador; y la inclinación ante los demás miembros de la biodiversidad, es decir: la armonía en vez del extractivismo que es norma.
Seguir tramando esa vida maravillosa es difícil, porque el sistema colonial ha socavado las raíces, y estamos obligados a cargar con la mochila pesada del que se pone la máscara de papá para violarnos; difícil pero no imposible. Por eso podemos vivir y obrar y cantar de manera esperanzada, si consideramos que la vida reorganiza lo que el sistema pulveriza.
Si el tiempo que nos lleva quejarnos lo ocupáramos en amasar tortafritas para convidar en la vecindad (dicho de modo simbólico), empezaríamos a abrir el candado.
A los manotazos
El proceso actual es una emergente, y previsible. El año 2024 se fue cultivando con los abonos de décadas en distintas gestiones. Y es que el estado colonial no encuentra (ni busca) las aguas serenas que le permitan salir del ahogo, entonces pega manotazos.
Es preocupante el modelito actual, con fuentes en la Argentina racista que coloca al poder colonial en un escalón superior.
Superado el colonialismo, nos apoltronamos en la colonialidad. Eso nos confunde. Así es que la deuda pública, un flagelo, nos molesta si la contrae el adversario pero no tanto si la contrae el partido propio. Y es que la colonialidad partidiza, divide, y ciega: dejamos de pensar en la dependencia para pensar en el nombre del jefe Fulano o del enemigo Mengano.
La violencia nos molesta cuando es ejercida por el adversario, y no tanto cuando es del propio palo. El aumento de la pobreza y la indigencia nos indigna cuando gobierna uno, y no tanto cuando gobierna otro. Ese engaño, repetido por décadas, es propio de un sistema fragmentario, que toma como un mérito el despotismo de la cantidad, es decir: donde no importa que el vino sea bueno sino que sea mucho.
Hay sindicalistas escandalizados por un impuesto a miles de trabajadores que cobran sueldos interesantes, y callados ante los millones sin sueldo, siquiera, y eso se explica porque son parte del sistema, es decir: los invisibilizados ya están invisibilizados y no hay por qué traerlos a la luz. El que logró subir al salvavidas no se preocupa mucho por el que quedó abajo, y es que, si el otro sube, puede ponerlo en zozobra…
Ese virus cegador ataca al periodismo, la docencia, la militancia, la política, el arte, tanto como ataca el sistema consumista, tan insustentable como pegadizo. Claro que hay quienes buscan superar esos vicios, pero el mérito de remar contra la corriente no equivale a tener claridad de objetivos.
Hace 500 años que nuestros pueblos advierten que este sistema es decadente. Cada cual ningunea esas voces apenas adquiere un cachito de este poder occidental engreído, eurocentrado tanto en los partidos como en los sindicatos, los medios masivos y las universidades. Y estamos hablando de los sectores que podrían generarnos expectativas, porque nadie con sensatez espera filantropía de los banqueros (a quienes el poder sirviente llama filántropos, lógico).
Dussel y la colonialidad
Hace poquito se murió Enrique Dussel. Él, con otros, llamaba a revisar el lugar de enunciación, es decir, a replantearnos nuestra propia colonialidad en la manera de mirar los problemas.
Nuestro lugar es el litoral, es la cuenca Paraná-Uruguay. Es Santa Fe, es la Mesopotamia, es el Uruguay; pero los medios masivos son brazos coloniales que no dan espacio a la mirada del litoral sino como nota de color. Hablar del no-sistema guaraní, por caso, es una rareza, sino un entretenimiento pasajero. El guaraní ofrece otras categorías, y sigue siendo ninguneado en las aulas como en los estudios y las redacciones; lo mismo el quechua aymara, el mapuche, y lo mismo las tradiciones de nuestras islas y nuestras lomadas, ausentes en los debates dados dentro de un sistema colonial, que sigue invisibilizando lo que no conviene. Como decía el pensador Boaventura de Sousa (ahora venido a menos por denuncias varias), es el pensamiento abismal: todo lo que no sea hijo de Europa queda en un abismo.
Occidente manda, manipula, baja recetas, atropella. Sus frutos son la fragmentación, el consumismo, la dictadura de las mayorías, la masificación, la reducción de millones a estado de servidumbre, la destrucción de la biodiversidad a pasos agigantados, la violencia, la llamada democracia delegativa que inhibe la participación.
En otro orden podemos hacer visibles nuestros saberes, nuestras luchas, para no encerrarnos en un mundo revuelto que no ofrece más que imputaciones mutuas.
Entre Ríos es una muestra del occidente moderno en frasco chico: un siglo de destrucción violenta de los montes, un siglo de destierro de sus familias, un siglo de negación de nuestros pueblos, nuestros saberes y nuestras luchas; un siglo de erosión del suelo y treinta años de paquete con moñito y todo, con los transgénicos, los herbicidas y los insecticidas al por mayor, a diez metros de las aulas y los hogares, es decir: descuido de la salud, de la vida. Poder financiero privado, cartelización de la obra pública… Todo bajo el amparo del estado occidental moderno colonial, corrupto y violento, así se llame progresista, neoliberal o socialdemócrata. Y ante nuestra complacencia, cuando logramos sostenernos sobre el salvavidas.
Otra cosa sería con serenidad, delicadeza, equilibrio, comunidad, autonomías, participación, consenso, solidaridad, firmeza, resistencia. Empezar regando, en suma, aquellos brotes que el sistema quiere esterilizar.
Fuente: https://dtfiorotto.blogspot.com/