60 días
Por Manuel Troncoso (*)
Hace mucho que no escribo sobre política y no quisiera cortar esta sequía para ensayar una apología del gobierno que orgullosamente integro. No es el estilo del gobernador y tampoco el mío.
Una apología es, según el diccionario de la Real Academia “Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo”. En rigor, no siento que nos tengamos que defender. Ese juicio de valor, corresponde pura y exclusivamente a la ciudadanía, que con su voto puede premiar o castigar. Asimismo, desde un aspecto estrictamente formal, corresponde también al Tribunal de Cuentas y la Contaduría, que por manda constitucional, tienen sobre sus espaldas el control ex post y ex ante de una gestión, respectivamente. En todo caso también al Poder Legislativo, en el que recae la producción normativa y también la responsabilidad no menor de ejercer un contrapeso ante las prerrogativas del Poder Ejecutivo. Pero no quiero hablar de eso sino hablar de mi provincia.
Después de cuarenta y dos días hábiles de gobierno, en un contexto social y económico crítico y de incertidumbre generalizada, Entre Ríos cuenta con paz social y con un clima de franca gobernabilidad. En este sentido, la responsabilidad y quizás la obligación (en virtud del contexto señalado), recae principalmente en nosotros como gobierno, pero también involucra y apela a todas las fuerzas vivas que componen el tejido de una sociedad o de una comunidad, en el mejor de los casos.
A veces la vida, las grandes gestas o sueños, se tratan de no sentirnos solos. Y en lo que a mí respecta, no me siento solo. Por el contrario, siento que cada actor social, cada fuerza viva que compone “la Entrerrianidad” está obrando de buena fe, con desinterés sectorial y con generosidad: la ciudadanía, las fuerzas políticas, oficialismo y oposición, sindicatos, cámaras empresarias, cuerpos intermedios y los tres poderes del Estado están actuando bajo la consigna de poner primero a la provincia, de poner primero a la Patria. En tiempos de zozobra esto es un bálsamo y en todo caso, en un país tan fragmentado, una obligación. Nadie se salva sólo, nos salvamos en racimo y es ahí cuando el lema sanmartiniano se resignifica, al punto de repetirlo como mantra: “a la Argentina la salvamos entre todos o no la salva nadie”.
(*) Ministro de Gobierno y Trabajo de Entre Ríos