El español antiguo y el guaraní que aún usamos los entrerrianos

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Curubica, ten, vido, eyacuero, ite, fierro, pion, barrial, buaipuy, han logrado anclarse por siglos. Decenas de voces antiguas guardadas en las familias, verdaderas reliquias bajo el menosprecio de academias y clases dominantes.

Por Daniel Tirso Fiorotto

Estamos en un tambo del sur de Entre Ríos. El ordeñador advierte que una vaca entró nerviosa al brete, y con cierta calma en la voz le dice: “¡ten, vaquita, ten!” El animal no atiende razones. Entonces el tambero repite: “teeen, teeen vaquita!”

Esa forma de apaciguar puede derivar del verbo tener, pero es una expresión en desuso en el mundo hispanohablante. Sólo la mantienen en algunas zonas muy localizadas; no sabemos si en España, pero sí en Abya yala (América) y, damos fe: en la provincia de Entre Ríos. Una verdadera reliquia.

El verbo tener significa asir, mantener, y también poseer, guardar. El diccionario de la Real Academia añade en la acepción número 18 del verbo tener: “detener, parar”, pero aclara que, así, es poco usado. En la acepción número 25 agrega: “detenerse, pararse”, y determina que esa expresión está en desuso.

En desuso porque no nos han escuchado lo suficiente a los entrerrianos. Y es que en esta isla conservamos joyitas como fibras por las cuales podemos trepar a nuestras fuentes, sea en los pueblos milenarios de este suelo como en los colonizadores y los inmigrantes, de quienes heredamos el idioma, con ingredientes propios.

Bajá un cambio

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Palabras que provienen del español antiguo y el guaraní han pervivido por siglos en el habla de los entrerrianos.

En nuestro territorio, cuando el campesino invita a la vaca a la paz, a la calma, le dice “ten, vaquita”, y eso equivale a decirle: “¡para!, ¡detente!” Dicho en argentino: “pará, detenete”.  O mejor, con una expresión mecánica muy actual: “bajá un cambio”.

Es decir, estamos en el modo imperativo, que manda a la segunda persona (vos, tu) a finalizar una acción, a sosegarse.

No hemos escuchado esa manera ante personas. “Ten, Pedrito”, por caso. No, así no la conocemos. Sí con los animales. “¡Ten!, vaca”. En el fondo, el tambero está diciendo “serenate, serenémonos”. Quizá se esté hablando a sí mismo también, o llame a calmar al ambiente, al conjunto. Que todos sepan que se necesita un plus de tranquilidad.

El mismo tambero contará que un Fulano intentó cruzar el arroyo a pie y se llevó un fiasco porque estaba muy crecido. ¿Cómo lo dirá? “Se pegó una enserada”.

O que un Mengano quiso domar un caballo y fracasó porque era muy arisco. ¿Cómo lo dirá? “Se llevó una enserada”. Estimamos que quiere decir “enseriada”, pero convendría indagar más en el término. Es decir: se puso serio, repentinamente, por algo inesperado. Un patinazo, una desilusión abrupta. Enseriar es un verbo que, según la Real Academia, no se usa acá. Pero, por lo visto, sí se usa. El diccionario dice: “Enseriar. Cuba y Venezuela: poner el semblante serio… Andalucía, Cuba, Perú, Puerto Rico, Venezuela: ponerse serio mostrando algún disgusto o desagrado”.

Si la vaca de arriba no obedeció el mandato del tambero y respondió a las patadas, podremos decir: “el campesino le dijo ¡ten, vaquita! pero se pegó una enserada…”.

El “vido” en las riberas

En una charla que mantuvimos hace pocos años con la islera Ramona Garay en un geriátrico de Larroque, la anciana repetía cada tres o cuatro frases la expresión “vido”. Ahí otro tesoro del español, guardado celosamente por una culta baquiana de Las Lechiguanas que nunca pisó una escuela. Pocos años después, en un audiovisual del cineasta de Basavilbaso, Marcelo Rivero, quien vive en Valle María con su familia, escuchamos a un obrero arenero de la costa del río Gualeguay en Rosario del Tala que decía “vido”.

Testimonios de dos lugares un tanto distantes, ambos orilleros. En una crónica que publicamos hace un tiempo, lo explicamos así: A Ramona Mónica Garay viuda de García la entrevistamos con 102 años de edad en Larroque. Había vivido en las islas del Delta y en zonas rurales. Ella sentía entonces que lo de “canarios” no era muy halagador, por lo que se deduce de sus respuestas. Les decían canarios (descendientes de las islas canarias, o campesinos del Uruguay probablemente canarios), pero además usaba ella una modalidad del verbo “ver” que se perdió hace muchos años, muchísimos, conservando una “d” intervocálica. En vez de decir “vio”, decía “vido”. Ni siquiera vío, sino anterior. Lo que llamamos un arcaísmo. Eso ha ocurrido en zonas campesinas nuestras y en las Canarias, y nuestra lúcida vecina Ramona Garay era ambas cosas, islera (isleña), campesina, y expresión de los llamados aquí “canarios”, como ella misma lo reconocía. Guardamos ese “vido” que le escuchamos repetir en cada frase, una muletilla, como un verdadero tesoro. “A nosotros nos conocían por canarios, de mote. Pero es por envidia, vido, por envidia”.

En la biblioteca virtual Miguel de Cervantes leemos sobre arcaísmos: “decíase, por ejemplo, yo vide, tu vidiste, él vido”.

Y entre los arcaísmos está un modo que no es arcaico por aquí sino muy común, entre los panzaverdes: en la segunda persona del singular, en vez de decir “vos amaste” solemos decir “vos amastes”. En vez de “vos fuiste” solemos escuchar “fuistes”. No es un invento, es sencillamente un modo antiquísimo de la segunda persona del plural, que quedó entre nosotros en el singular. Los expertos dirán que es “un provincialismo que no debe imitarse”, pero, aquí está… Otra reliquia. Como el “haiga” en lugar del “haya”; el “jediondo” en lugar de “hediondo” (la conservación de la hache aspirada). De hecho, en un barrio de Paraná llaman “el Jediondo” al arroyo Colorado.

Más extendido a diversas clases sociales está el término “fierro”, muy usual aquí, en lugar de “hierro”.  Y lo mismo ocurre con la voz “pollera” en vez de “falda”. También hemos escuchado, claro “arrempujar” por “empujar”, y dicen los expertos que viene del norte español. Los entrerrianos, es sabido, cuentan entre sus inmigrantes con no pocos maragatos (descendientes de arrieros de la provincia de León, bien entendidos en la ganadería). La indumentaria tradicional de los maragatos es verdaderamente llamativa: bombacha, botas, saco, sombrero aludo… Mucho se ha hablado del modo en que desembarcaron en estas latitudes las bombachas y se afincaron, pero quizá los entrerrianos debamos más a León y los maragatos de lo que suponemos.

El más grande que haiga

Sobre el “haiga” en vez de “haya” (como flexión del verbo haber) un estudio de Marcos Demichelis, de la Universidad Nacional de Córdoba, señala su uso popular no registrado por la Real Academia. “Esta forma del verbo ‘haber’ es análoga a la flexión de algunos verbos de la segunda y la tercera conjugación. Así ‘oír’, ‘traer’ y ‘caer’ y todos sus derivados flexionan como ‘oiga’, ‘traiga’ y ‘caiga’, respectivamente. Es posible, entonces, que la flexión ‘haiga’ surgiera por un fenómeno de asociación por analogía al paradigma morfológico”.

Y bien: ¿se usa el haiga en Entre Ríos? Por supuesto. No hemos estudiado, claro, con qué frecuencia ni cuántos tienen incorporada esa voz, pero está en nuestro vocabulario sin dudas, y Demichelis sostiene que, para ser aceptada, lo que le falta a “haiga” es prestigio nomás.

Aquí no existe “haiga” como sustantivo (coche), pero existe como verbo. Sin embargo, la RAE acepta lo primero y rechaza lo segundo… Lo realmente curioso y gracioso del caso es que el “haiga” como coche, como auto ostentoso, deriva del pedido del auto “más grande que haiga”, y la RAE admite el coche pero no la conjugación del verbo que lo nombró.

El voseo también es antiguo: “vos venís, vos tenés”. Un amigo nos comentaba la expresión de un vecino de Paraná: “mirá: hace lo que querá”.

Algunas de las formas antiguas están bien aceptadas, pero otras delatan al hablante como una persona de barrio, campesina, sin prestigio.

En un aporte sobre arcaísmos, Ángel Rosenblat y Susana Francone se detienen en el “lamber” (que es común todavía entre los entrerrianos) en lugar de “lamer”.

“Lamber es forma propia en España de los dialectos leoneses, con expansión en regiones vecinas… Corominas considera que la amplia difusión americana se debe a leonesismo. Quizá la extensión y arraigo del leonesismo en casi toda América y partes de España que están fuera de la órbita leonesa se deban al valor fonético expresivo del grupo mb”.

También se refieren a otra forma muy entrerriana, actual: “barrial”. ¿Quién no ha oído quejas por los barriales, aquí o allá? No escuchamos, aquí, en cambio, la forma “barrizal”.

¡I escuchando!

Una chacarera del entrerriano Negro Aguirre que se titula “Va siendo tiempo”, dice en la estrofa final: “Va siendo tiempo que te vengas y bailes la chacarera con el tambor de mi pecho. ¡Ite viniendo! ¡Te espero!”.

Y bien: esta conjugación del verbo “ir” es usada en Entre Ríos. El verbo es irregular, y aquí parece forzado hacia las formas regulares. El modo imperativo manda que expresemos “ve” o “andá” viniendo, pero el pueblo se permite el “ite” y hay artistas del mundo folklórico que lo saben apreciar. Ese “ite” es además una antiquísima herencia del verbo “ire” en latín que en el imperativo de la segunda persona del plural (id vosotros, vayan ustedes) se pronuncia, precisamente, “ite”, y en la segunda del singular, “i”. ¿Hemos escuchado aquí, en Entre Ríos, el “i”? Sí, hay incluso maestras de Entre Ríos que dicen “i viniendo”. Es decir: hablamos en latín.

En la misma línea, no faltan familias enteras que pronuncian “jue” por “fue”, y se comen todas las eses finales casi sin excepción. O “ajuera” por afuera, ¨güevo” por huevo, “juerza” por fuerza, “güeno” por bueno, “esperencia” por experiencia, es decir, voces usadas hace 500 años, que aún hoy (siglo XXI) subsisten en el territorio entrerriano. Verdaderas joyitas menospreciadas. En esa línea, escuchamos a menudo, “tamién” por también, “lao” por lado, “mesmo” por mismo, “ehpetativa” por expectativa, “losotro” por nosotros, “uhté” por usted, “pion” por peón, “polecía” por policía, “coletivo” por colectivo, “visando” por avisando, “pa lajocho” en vez de “para las ocho”, “pa que juera” en vez de para que fuera, “ejalgo” en lugar de “es algo”, “logarré” en vez de “lo agarré”.

Voces de la tierra

En el artículo Voces entrerrianas” de Miguel Ángel Esteva Sáenz, el autor señala muchas palabras usadas aquí con un significado particular, distinto quizá al común en el resto de los hispanohablantes, e incorpora algunas provenientes del guaraní. Dice por caso “Hacerse curubitas: Destrozarse o hacerse pedazos un objeto cualquiera susceptible de ello”. Nosotros hemos escuchado “curubicas”, en Paraná, en personas provenientes del norte entrerriano. Antonio Ruiz de Montoya incorporó hace casi cuatro siglos en su Tesoro de la lengua Guaraní la voz “kuruví: pedazuelos”. Ita kuruví significa piedras pequeñas.

Hemos mostrado cómo la interjección “eyacuero” o “ijhacuero” usada en el sur entrerriano cautivó a cuatro afamados lingüistas de la Argentina, Brasil y Alemania, que le encuentran raíz indígena. Es decir: pudo permanecer en los pueblos, inserta en el español, por siglos.

No es tan extraño, si a diario usamos palabras del guaraní para las aves (morajú, biguá, pirincho), los peces (surubí, patí, pacú), las comidas (pororó, chipa), los mamíferos (yaguareté, carpincho, aguará, tapichí), los insectos (isoca, arará, mamboretá, tukura), los árboles (curupí, ñandubay, ubajay), las hierbas (camambú, cata-i, caraguatá, macachín, mburucuyá), los ríos (Paraná). Como usamos de lenguas no bien identificadas para las voces Gualeguay, Gualeguaychú, Nogoyá, Guayquiraró; en fin; son cientos de vocablos. En la toponimia no deja de sorprender su abundancia.

El entrerriano Marcelo Luna, que vive en el extremo nordeste de Brasil, nos comentó días atrás sobre el uso del término “gurí” en una vasta extensión de Brasil, incluso en el norte. Y de decenas de topónimos similares a los de aquí.

Días atrás apuntamos otras palabras que en los años 60 recuperó Esteva Sáenz y que son usadas hoy por ancianos oriundos de la zona montaraz de Feliciano, como quibebe y buaipuy, dos platos de las familias humildes. (Kivevé, suele leerse en el guaraní actual del Paraguay)

El aislamiento

En su estudio del año 1962, Rosenblat y Francone definen así el tema: “Para el presente trabajo se consideran ‘arcaísmos’, aquellas formas que han pertenecido a la lengua culta y literaria de los siglos XVI y XVII y han sido desplazadas de la lengua general, pero que sobreviven hoy, ya sea en la lengua coloquial culta, o en la literaria, o en la rústica o vulgar de la Argentina y algunas regiones de América y España, aun cuando hayan enriquecido, modificado o perdido su significación primitiva”.

Los autores desarrollan también el debate existente acerca de los arcaísmos, que otros llaman palabras obsoletas o decadentes, y aclaran que de ningún modo debe considerarse a la península como guía y a las demás regiones como dependientes o en un segundo escalón porque eso sería aceptar un criterio colonial.

Además, explican: “Se dan como causas de la supervivencia de los arcaísmos la temprana hispanización, el aislamiento geográfico y cultural y la incultura”. Admiten que el aislamiento fue un factor principal de las provincias del Río de la Plata, y nosotros agregamos: dentro de esta zona, Entre Ríos experimentó un aislamiento adicional.

Este pantallazo no aborda el sinnúmero de voces africanas, guaraníes, quechua aymaras, de otras etnias de la región, así como árabes, italianas, suizo francesas, judías, inglesas, que abonan la lengua y hacen de nuestro español un tejido singular. Tampoco atiende los cambios que la tecnología está provocando en la niñez y la juventud, tan habituadas al castellano llamado neutro y con tantas incorporaciones hoy del inglés como ayer del francés. (Contra la imaginación de ciertos estudiosos que pronosticaban para esta época un “idioma nacional de los argentinos”, el neutro está invitando a la niñez a volver al “tu” y generaliza términos como “carreteras” o “gasolina”, con la misma velocidad que se introducen voces del inglés).

El francés Luciano Abeille abogó por un “idioma argentino”, y si bien fue muy resistido en su época, aportó fragmentos interesantes para con nuestro idioma, como el siguiente: “Sería de desear también que en la Capital, en Corrientes, en Catamarca, en Santiago del Estero, etc., se crearan cátedras de guaraní y de quichua. De estas lenguas que han proporcionado ya un buen contingente de vocablos al idioma nacional, y que están a punto de caer en las sombras sin memoria del pasado, se pueden extraer muchas palabras para colocadas en la lengua argentina: así se salvarán hermosas, y todavía fecundas riquezas, que son la herencia de los primeros habitantes de estas comarcas y han de dar al idioma argentino en formación, un carácter original a la vez que nacional”.

Los debates

Vale aclarar que ciertos modos de pronunciación de las palabras o las frases no debieran considerarse “el habla del país”, pero tampoco corresponde ignorar esos modos con el criterio altanero de las clases llamadas “instruidas”, a veces tan duras con los surtidos locales como blandas con las importaciones.

Otra aclaración: ¿por qué buscar sólo en poesías, novelas, ensayos, nuestras voces locales, regionales, nuestros tesoritos guardados aquí por siglos para el mundo, cuando las mujeres y los hombres que pronuncian esas voces están aquí, a la vuelta de la esquina, y a veces somos nosotros mismos? Nuestra vecindad atesora yacimientos inapreciables de voces y modos, muchas veces descalificados por esas dos vías colonizadoras tan argentas como las religiones y el racionalismo, que parecen pelearse pero se reproducen.

El debate se ha dado por muchas décadas (desde que los puristas apuntaron las “contaminaciones” del castellano en nuestras bocas), y lo notable es que las palabras que ya en las primeras décadas del siglo XIX eran consideradas obsoletas, hoy, cuando transitamos las primeras del XXI, todavía se escuchan y lucen espléndidas.

No olvidemos, de paso, que en el sonido y la construcción de las frases suele haber también un significado distinto.

Hay quienes creen que la emancipación se abona incorporando palabras y modos nuevos, y no inclinándonos ante Europa y sus academias; y hay quienes entienden que recuperar palabras de uso antiguo en sitios marginales es una actitud emancipatoria. Quizá los dos tengan algo de razón. Hoy el “color local” puede hallarse en una voz de un pueblo ancestral, o en una voz varias veces centenaria, o milenaria, preservada en un rincón entrerriano, fuera de su continente original.

Todo esto, que parece un entretenimiento para eruditos, tiene su lado práctico: sabemos de lugares académicos que directamente rechazan y tratan de erradicar vestigios antiguos que consideran, sin más, inapropiados, por rústicos. Es decir, para ciertos profesores, el que habla distinto a su clase es bruto. Todo es cuestión, claro, de estatus: si el distinto tiene apego por la lengua de Francia (ayer) o de Inglaterra (hoy), será mejor apreciado.

En el siglo XIX hubo peleas entre aquellos que no querían a España y que simpatizaban con Francia e Inglaterra, y aquellos que aceptaban los modos propios de Abya yala (América) pero sin renegar de Castilla y su idioma. Lo que no hubieran imaginado, quizá, es que dos siglos después muchos grupos elegirían (como hoy eligen) voces guaraníes y de otros pueblos de este suelo para designar lugares, instituciones. Es decir: el estatus les tambalea. Nosotros, que no nos afiliamos a conservadores ni a reformistas, ni entramos en guerritas, nos limitamos a celebrar las voces auténticas, de primera mano, que escuchamos siempre con asombro, vengan de donde vengan.

Otra cosa, sí, nos inquieta: la capacidad actual de los poderes de usar algoritmos para colocar anzuelos en las palabras, con vistas a un mundo mercantilizado.

Hace un siglo los estudiosos dudaban de los glosarios, por considerarlos testimonios de la fragmentación. Hoy pensamos que los glosarios para comprender el tono local de ciertas obras surgen de una tendencia natural a la vida en confederación, digamos, donde la unidad no se discute pero tampoco se cultiva con el patronato centralista o las normas verticales, coloniales (vengan de Madrid o de Buenos Aires).

Fuente: dtfiorotto.blogspot.com

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