La historia del delantero nipón del ascenso y el ataque nuclear de la 2da Guerra Mundial
Gabriel Kinjo, de pasado en Sportivo Italiano, Colegiales y Nueva Chicago, nació en la localidad cordobesa de Unquillo, su familia sufrió los bombardeos en Okinawa durante la Guerra. Una historia de fútbol, dolor, sacrificio y mucha paz.
El 6 y el 9 de agosto de 1945, dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos dejaron sin vida en el instante, y luego por la radiación, a casi 250 mil personas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. A pocos kilómetros de allí está ubicada la la isla de Okinawa, escenario de una de las batallas más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial en la que fallecieron otras 200 mil soldados y civiles.
Muchas de historias se contaron, pero una muy triste y real es la que atraviesa la vida de Gabriel Alejandro Kinjo, conocido en Japón como Akio Kinjo. Quizá el nombre y apellido no sea familiar, ya que el mundo del futbol se acuerda de otro compatriota, Naohiro Takahara, el delantero que pasó por el Boca de Carlos Bianchi y que casualmente hoy es el presidente del club Okinawa S.V de la misma ciudad.
Pero si hay un lugar con miles de historias es el fútbol del ascenso argentino, y el 9 goleador, picante y veloz de ojos rasgados , que volaba por las aéreas de tierra y poco pasto, lleva una de esas que vale la pena contar.
La herencia familiar de Akio Kinjo está marcada por la Segunda Guerra Mundial, con la bomba atómica y la batalla de Okinawa. El papá, Takeichi Kinjo nació en Naha, Okinawa, en 1940. Su mamá, Takami Sakai, en Kazusa, Nagasaki, en 1943. O sea, en dos de las ciudades más devastadas junto a Hiroshima.
La abuela materna vio el inmenso hongo de la bomba que destruyó Nagasaki, vivió de cerca la muerte y la destrucción aunque con mucha suerte de que la radiación no le dejara secuelas a ella ni a su familia.
El abuelo Kinjo, que era policía, llevó a sus 6 hijos a Manchuria, una colonia japonesa en China, ante la inminente invasión estadounidense. Como aquellas paradojas, los chinos, dominados por Japón, le dieron de comer a su familia.
En 1947 la familia regresó a la isla de Okinawa, a su hogar, su vida, pero luego de la rendición todo pasó a ser un nuevo calvario. Sin casas, las calles ya no eran calles, no había flores porque no había jardines, nada crecía de la tierra y lo peor que le puede pasar a un nativo: ya no era japonés.
La guerra hizo que tuvieran que sacar un pasaporte para ir a otra ciudad de Japón ya que ahora su tierra no le pertenecía: la soberanía era de ahí en más de la potencia que había desvastado un pueblo. Por lo menos hasta 1972, cuando fue devuelta a Japón (aunque todavía hay allí bases militares norteamericanas).
El regreso de los Kinjo
Desde 1947, en esa dolorosa vuelta, la familia Kinjo sufrió las consecuencias: la tía de Akio, Akemi, murió de hambre. Durante meses lo único que la familia vió eran cuerpos que aparecieron flotando en las orillas del mar: soldados, civiles, todos resabios como algas que el mar escupía y llegaban a la playa y quedaban como parte del paisaje.
“El kuro (sufrimiento), es la palabra que usan los okinawenses para describir ese momento”, dijo Gabriel Kinjo que dialogó con el periodista Sebastián Cardano a través de Instagram (@elchavodetea) y relató que en una visita a sus primos a Okinawa, pudo ver de cerca las cuevas donde se escondían los soldados para aparecerle por sorpresa a los invasores, un instituto donde 200 alumnas se suicidaron en masa para no ser capturadas y también un acantilado donde está el monumento a los caídos y de donde la gente se tiraba en grupos para suicidarse, “con tal de no caer bajo la dominación de los estadounidenses”.
La ciudad ya no tiene vestigios de la guerra y la familia que quedó en Okinawa vive en una ciudad hecha a nuevo, en un lugar que supo ser el último bastión guerrero de Japón, donde los kamikazes -que llegaron a hundir 36 barcos de Estados Unidos- eran moneda corriente, junto a los soldados que peleaban cuerpo a cuerpo ante un rival militar superior.
Con el tiempo, Japón sorprendió al mundo por su capacidad de recuperación y se convirtió en la segunda economía mundial y un país garante del pacifismo y de la no proliferación nuclear.
En busca de un futuro familiar y la pasión de Gabriel
En 1962 Takeichi Kinjo dejó Okinawa, pasó por Yokohama, y tres años después, ya con su mujer Takami, viajaron a la Argentina.
La familia Kinjo se instaló en Unquillo , provincia de Córdoba, en búsqueda de nuevas oportunidades y una vida mejor del aun no recuperado Japón. Ahí nació Gabriel Akio Kinjo, el 2 de diciembre de 1973.
Luego se mudaron a José C.Paz en el conurbano bonaerense y allí Akio desarrolló su vida futbolista.
Debutó en 1995 en Sportivo Italiano donde obtuvo el campeonato de Primera B en 1996 luego de vencer a Almagro. Pasó por Colegiales con el cual logró el histórico ascenso de la Primera “C” a la “B Metro” en 1999.
En el “Tricolor” Kinjo fue fundamental en el tramo final del Reducido ya que hizo los goles decisivos: por semifinales ante Atlético Campana y en las dos finales ante Ituzaingó, especialmente en ese recordado 2 a 0 en cancha de Almirante Brown. Luego pasó por Leandro N. Alem, All Boys, Colegiales nuevamente y Nueva Chicago.
Sólo le entraba dinero dando clases de inglés y un poco jugando, por lo que decidió emigrar en un momento de incertidumbre en el país, en el año 2000, y se fue a Ecuador.
Jugó en Técnico Universitario y Deportivo Saquisillí, luego pasó a El Salvador para militar en Municipal Limeño donde entrenaba a las 7 de la mañana y a las 8 se cortaba porque el día mas frio hacía 35 grados de calor.
Desembarcó en 2004 en Costa Rica (integró los equipos de Puntarenas y Liberia) y ese país le cambiaria la vida, ya que conocería a Vanesa, la costarricense que lo acompañaría en ese sueño buscando una historia diferente a su familia pero volvió al país que marcó a toda ella.
Akio jugó en Dezzolla Shimane “donde el frio y los cascotes de hielo que caían del cielo”, lo hicieron desistir de esa aventura y el Club Yokohama en la provincia de Kanagawa en 2008 fue la última prueba donde finalmente decidió retirarse.
El presente en Japón
La historia tiene un final feliz para este ex futbolista y recordado en Colegiales con mucho cariño, ya que pudo comprar su casa con un crédito bancario, es entrenador de un equipo de una liga de Tokio y de escuelitas de fútbol que lo mantienen de lunes a lunes trabajando: “Tengo una estabilidad en todo sentido, si un subte tarda 30 segundos en pasar, te piden disculpas inmediatamente”, resumió Akio sobre el orden japonés.
El cordobés y nipón dijo tener mucha calle por que vivió en José C.Paz, pero remarcó que la vida en Japón hace la diferencia: La cobertura de salud pública, la limpieza y el orden, la cultura culinaria japonesa, donde se come de todo y muy sano, es la suma final que hace Akio y que por ahora no regresa a la Argentina, aunque tuvo dos visitas en 2012 y 2015.
“A los japoneses nos ven todos iguales pero acá en Japón pasa lo mismo cuando vemos un occidental, son todos iguales“, ríe el ex futbolista
Japonés y argentino son las dos nacionalidades de Kinjo y los dejó marcados a fuego en los nombres de sus hijos: Naomi Sofía de 5 años, Naoki Andrés de 7 e Hiroki Alejandro de 10.
En la Argentina, el hoy entrenador tiene sus amigos del fútbol, el equipo de 1999 de Colegiales que es su cable a tierra y que en el grupo de whatsapp “98/99 humildad al 100%”, se siente contenido y querido.
Sus ex compañeros lo tienen como un tipo sano, respetuoso, de grandes valores. “Es un buen tipo y el delantero que elegiría siempre en mi equipo. Doy gracias a Dios que no fuiste mi rival”, resume el capitán de ese grupo, Jorge Lotto.
La historia marca que los padres de Akio, Takeichi y Takami siguen viviendo en José C. Paz, ambos jubilados, aunque su madre da clases de japonés por Skype y es la directora de la Asociación Japonesa Sarmiento. Mientras que la hermana menor vive en Buenos Aires, y dos hermanos más (un hombre y una mujer) viven en tierras niponas.
La familia que sufrió las maldades de la guerra emigró por una vida mejor y encalló en Argentina, Akio tuvo una linda vida de este lado del mundo, y prefirió volver al lugar de sus raíces, donde familiares dejaron su vida peleando hasta con su cuerpo por un pedazo de tierra que ellos reclamaron como propia, hasta morir de hambre como el caso de la tía Akemi.
Gabriel Alejandro Akio Kinjo. Un 9 veloz, rápido, intrépido, goleador. Siempre definió como quiso y sigue viviendo como jugaba…