Los movimientos desafían a estados, partidos y sindicatos
Luz amarilla ante el riesgo de menospreciar el nuevo orden impulsado por movimientos sociales, y la tentación al gatopardismo.
Por Daniel Tirso Fiorotto
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Salta a la vista la languidez de entidades convencionales en la Argentina, como brilla la energía vital de organizaciones sociales, aunque no quedan claras por ahora las verdaderas diferencias de fondo de esas agrupaciones de nuevo tipo. Al tiempo que se consolidan, los movimientos dejan traslucir riesgos de repetir vicios y colaborar con los caminos decadentes, es decir: mover mucho para que poco cambie, lo que se llama gatopardismo. ¿Podemos entrar en gatopardismos “sin querer queriendo”?
Las forzadas alianzas de partidos políticos llamadas Frente de Todos y Juntos por el Cambio, en las que conviven ideas opuestas, y no pocos sindicatos y confederaciones sindicales, parecen no advertir la magnitud de las agrupaciones sociales y las asambleas y los foros que, en eso de ocupar espacios abandonados por las entidades del sistema, están debatiendo ideas y proyectos, encarando luchas, y manejando fondos millonarios que les han arrancado a los sucesivos gobiernos. Qué asunto ese: ya no sólo tienen influencias a través de la presión en las calles sobre el Estado, sino que administran, de manera que los celos no deben sorprendernos. ¿Buscan también el poder del Estado? ¿Y por qué se frenarían?
Las chacritas
Contra los pronósticos, la radio no desplazó al diario, ni la televisión a la radio. Tampoco internet desplazó al cine… La elasticidad social da lugar, la novedad convive con lo que venía. Claro que los canales de comunicación viejos pierden porciones de su público entre los lanzados a los nuevos canales. En política, lo mismo: las nuevas formas de participación quizá no reemplacen a sus predecesoras, pero las instituciones clásicas ya no serán lo que eran. Ahora bien, las dirigencias ¿están preparadas para ceder el espacio, o presentarán batalla? ¿La transferencia será en paz o habrá choques?
La frontera entre lo institucional y lo social tiende hoy a difuminarse. Ya no está claro quién maneja qué, cuando hay organizaciones que controlan más dinero del Estado que un municipio, por dar un ejemplo, y eso está haciendo ruido en las entidades convencionales, empujadas por los hechos a levantarse de su poltrona. No es un problema ajeno, que podamos balconear: es nuestra sociedad la que está mutando, somos nosotros, y lo hacemos por caminos inciertos. Las instituciones clásicas parecen empecinadas en cuidar sus chacritas, sin tomar debida nota de la emergencia de grupos enormes no muy dispuestos a recular.
Claridad en la lucha
Ante el vaciamiento de instituciones y la invisibilización de problemas sociales, económicos, ambientales, sexuales, alimentarios, de derechos humanos, de seguridad, en fin, los movimientos indígenas, obreros, feministas, juveniles, artísticos, ecologistas, campesinos, de desocupados, etc., tomaron la vanguardia. Organizaron, cada cual a su modo; reclamaron, marcharon y siguen marchando por las calles. Así es como llevan un alivio a familias dejadas en la vía por el sistema y sus satélites, y les devuelven alguna dignidad por lo menos en el sentirse acompañadas, caminando en comunidad por una causa justa: la salud, la comida, la deuda pública…
El sistema es depredador por sus efectos en el suelo, en la biodiversidad, en el ambiente, poniendo en peligro la continuidad de la vida, y suele chocarse con el horcón del medio cuando una asamblea levanta la voz, o un piquete se planta en la avenida; que hay movimientos de plena acción, y asambleas y foros volcados al estudio y la reflexión, que interactúan. Aunque estos últimos aún están en veremos y esto hace que los movimientos en muchos casos se desenvuelvan con paradigmas, modelos y recetas de otro momento y otro lugar, que no responden al aquí y ahora. De allí tantas confusiones. Todo un problemón, porque lo que parece contestatario puede serlo, o quizá en el fondo se revele reaccionario.
Sorprendería, a quienes se quejan de los “planes”, conocer las ganas de trabajar que expresan las mujeres, los hombres, la juventud, y su claridad para rechazar el reemplazo de un plan por un conchabo efímero. Saben que un error de cálculo puede dejarlos en seis meses en las puertas del hambre. Ahí se escucha cómo cruje el sistema, y se exhiben las distintas miradas del asunto, en las que las agrupaciones sociales y las asambleas se muestran muy avispadas, con reflejos, en tanto los organismos convencionales chirrían en sus ejes herrumbrados.
No hay en la Argentina alguna institución con autoridad, que dé garantías. Hasta hace unos años, el rol del rey era cumplido por obispos y arzobispos, relictos de la monarquía, pero eso se perdió felizmente y sin embargo tiene, como contrapartida, una marcada tendencia a la fragmentación por falta de confianza.
Los obreros y las obreras en desocupación han sufrido más de una vez por registrarse en un empleo, perder la ayuda social, luego perder el empleo y quedarse sin el pan y sin las tortas. Hay casos en que fueron despojados de una ayuda por trabajar un día. Sistema absurdo. En el mismo sentido, las asambleas ambientales saben que, si ceden en sus reclamos ante alguna promesa, a poco comprobarán que les mentían. Es el resultado de experiencias repetidas. Se recuerda la vez que la gerencia de la cooperativa Cotapa garantizaba en Paraná que el traslado de la planta a La Picada no contaminaría el arroyo Las Conchas, porque iban a importar tecnología italiana de última generación que permitiría tomarse un vaso en los caños de los efluentes. Pocos meses después Cotapa emitía decenas de cheques sin fondo, y no pasó mucho para caer no en La Picada sino en picada. Se fundió. Es decir: no podían cambiar el cuerito de la canilla, y prometían inversiones millonarias. Los políticos y gerentes suelen salir del paso con afirmaciones infundadas, y cuando queda el daño a la vista, ya no están, o buscan excusas. Eso justifica las resistencias comunitarias.
Confianza y decencia
Ahora bien, ¿la sociedad desconfía de todo el mundo, o desconfía más que nada de las administraciones del Estado, las corporaciones y los grupos económicos? ¿No es lo institucional, lo que está en crisis?
La misma organización en compartimentos y cristalizada (ocurre en sindicatos como en universidades); la ausencia de amalgama y de miradas integrales, dejan intersticios con millones de excluidos, humanos y no humanos, y es la gimnasia de los movimientos la que da amparo.
Los partidos, el Estado, la burocracia sindical, con tendencia a hacer la vista gorda frente a los problemas que el sistema provoca en el país (tanto en el ambiente como entre las personas), en sociedad con otros grupos de poder, pretenden ahora volver a sus estructuras minadas, como si nada hubiera ocurrido. Y están echando leña al fuego contra esos “intrusos” (los movimientos) que ni siquiera les golpean las puertas: construyen ámbitos propios. La indiferencia es a veces peor que el insulto.
Esas organizaciones y asambleas (foros, piqueteros, ONG sociales) no tienen mucha confianza ya en partidos, en alianzas, en funcionarios de los estados (en sus distintas jurisdicciones); ni siquiera en la misma Constitución que el poder suele usar a conveniencia (sobran ejemplos). Sospechan que incumplirán. Que los partidizados harán nuevos arreglos entre cuatro paredes y los simpatizantes de ayer quedarán colgados del pincel, como se dice. Los vaivenes político-partidarios colisionan contra una condición muy de nuestra sociedad, que es la confianza, tejida finamente, con tiempo, con testimonios repetidos.
La desconfianza es reina en la Argentina institucional, y eso se nota muy claramente en algunos de sus efectos como la inflación que tanto perjudica a los sectores marginados.
Hoy, la confianza, como la decencia, están depreciadas, pero la confianza y la decencia, ausentes en las estructuras convencionales del poder, son fuentes irreemplazables en el tejido interminable de las comunidades.
Hay medidas gubernamentales que tienden a devolver algún brillo a municipios y otras instituciones, haciendo circular por allí los planes, por caso, para sacarlos de los ámbitos menos formales de las agrupaciones sociales. En otros casos, pretenden eliminar a los intermediarios entre el Estado y el individuo. Suena bien, eso de evitar punteros y aprovechados. Ahora: ¿por qué aceptar que inflen defectos de unos, mientras ocultan defectos de otros? El sinceramiento brilla por su ausencia.
Revolución productiva
¿Las agrupaciones cederían espacios de poder conquistados? Si no fuera por esos movimientos, ¿aquellos individuos tendrían algo en su bolsillo a fin de mes? ¿Y qué ha cambiado en las instituciones para darles crédito?
Los piqueteros y asambleístas en sus distintas modalidades no ven en las instituciones convencionales alguna conciencia de los males que han ocasionado, de su responsabilidad en los males; y hablamos de una conciencia capaz de alentar un cambio de actitud. Nada de eso: las instituciones clásicas del sistema están asustadas, ven que se les escurre la sociedad como arena entre sus garras, ven que “otros” manejan fondos, que su deslustre difícilmente se revierta. Y responden con sobreactuaciones, sin convicción.
La decadencia es vieja, pero aquellas promesas traicionadas de “revolución productiva y salariazo” de hace tres décadas pusieron una bisagra. Hoy las asambleas y las agrupaciones huelen algunos macaneos a la legua. Si un gobierno promete una mesa de negociaciones o de estudios, la cerrará al día siguiente de las elecciones. Son tantas las pruebas de esta metodología que los miembros de los movimientos se sienten como quien se quemó con zapallo y desconfía de la sandía. Son las instituciones las que sembraron desconfianza, y ahora que las vecindad llamada piquetera y asambleísta ganó espacios en la credibilidad, desde el poder quieren recuperar presencia … ¿Creerles otra vez? Nada está dicho, los movimientos son disímiles.
El que se fue a Sevilla
Quienes promueven movimientos conocen sus propias debilidades y fortalezas. Saben que hay modos de organización que no son sustentables y que un día les jugarán en contra. Ojo con esto. Pero también conocen las debilidades del Estado y sus satélites, sean políticos partidarios o burócratas sindicales.
La Argentina es un país distinto por varias razones. Una de ellas, y no excluyente, es la organización de muchas comunidades en encuentros que abren cancha, no esperan que las llamen.
Dicho esto, ¿hay salida más o menos pacífica, ante esta encrucijada? El camino para superar este estado de cosas caótico y a la vez inaugural comienza en el reconocimiento del otro, en el diagnóstico correcto de la situación. El cambio ya se produjo, las asambleas y las agrupaciones son la novedad civil que entrega la Argentina del siglo XXI, con raíces en los fines del siglo XX. Y nosotros no vemos que esas comunidades estén dispuestas a una retirada.
Como ejemplo: el “Foro contra el fraude de la deuda” fundado en Paraná hace pocos meses ya realizó una decena de encuentros y dos masivas movilizaciones (multitudinarias), e intercambió mil mensajes por sus redes. ¿Cuántas reuniones hicieron los partidos y los sindicatos y los organismos del Estado, y las universidades mismas, para conocer un tema central en la vida del país y debatir las salidas posibles de este laberinto? Podríamos dar diez ejemplos así, al correr del teclado, pero sirva de muestra.
Y bien, ¿qué harán partidos, sindicatos, estados, ante esta realidad palpable, que suena en las calles al ritmo de los tambores y está en ebullición en las ruedas de mate y las redes sociales? ¿Habrá disposición, entre los que abandonaron sus puestos y ahora quieren retornar, a reconocer la afloración de otros protagonistas; que el que se fue a Sevilla perdió su silla? ¿Aceptarán que el pueblo ha creado ámbitos y modos en los que se siente a gusto, lugares en los que confía, mucho o poco, pero confía? ¿Admitirán que hay un dinero que manejarán otros? Mmm.
Quienes pueden suponer que las asambleas y los piquetes traban la democracia, porque suelen ir a los hechos, incluso poniendo en tensión derechos como la libertad de circular: ¿no dejarán un margen a la posibilidad de que esta nueva situación promueva más participación y más debate que las caras y (en algún caso) caducas instituciones?
Los riesgos de los nuevos
Aquellas mujeres y aquellos hombres que piensan, día a día, desde sus agrupaciones, foros y asambleas, desde esa experiencia colectiva, con la mano en el corazón, ¿supondrán que esto continuará así, incluso tomando asistencia en los actos? ¿O habrá pasos superadores que garanticen la dignidad desde el vamos? ¿Debemos esperar más pero de lo mismo; o podemos hacernos expectativas en algo distinto?
Hasta ayer contábamos con estados, sindicatos, partidos, colegios profesionales, corporaciones, universidades, cooperadoras, credos. Hoy florecen agrupaciones sociales, asambleas, foros. ¿Cómo se articularán estas nuevas formas, en paz? ¿Cómo hacer para que esta novedad comunitaria y ambiental, con raíz en antiguas tradiciones de pueblos ancestrales de este suelo, evite contagiarse de los atajos de este sistema caduco? Las preguntas no son retóricas: no sabemos. Por otro lado: ¿aprovecharán el lugar ganado para realizar trabajos que planten testimonios, que generen credibilidad, con compromiso y responsabilidad, como vemos en más de un ejemplo (nos consta); o tomarán la vía fácil? Otra cosa: ¿seguirán en la cierta informalidad, o buscarán una representación institucional? ¿Qué conviene a sus propósitos? Los movimientos ¿se harán expertos en la caridad, o avanzarán hacia la emancipación? ¿Aceptarán al Estado como natural y necesario; entregarán semejantes esfuerzos al Estado; o se animarán a cuestionarlo desde una visión autonómica? ¿Alcanzarán a preguntarse por la compatibilidad o la incompatibilidad del Estado-nación y la comunidad? ¿Y serán capaces de observar otros modos de vivir y pensar distintos, comunitarios, ancestrales, sin mandones?
Entre los movimientos sociales más notables de estas décadas en el continente sobresalen los zapatistas de Chiapas, con origen campesino indígena. ¿Por qué en nuestros movimientos no se nota una consustanciación con esa revolución, y hasta hallamos celos y controversias, en las organizaciones simpatizantes con el Estado? ¿Qué verticalidad los aleja de este desafío? ¿Serán los movimientos en verdad horizontales y comunales, se abrirán a los preceptos del “mandar obedeciendo”, el “servir y no servirse”, la alternancia en la conducción, la inclinación ante la Pachamama (a diferencia del criterio invasivo propio de la altanería occidental)? ¿O los partidos y los dirigentes preferirán quedar encaramados, como pastores guiando las ovejas, aplicando sus recetas, repitiendo vicios que en teoría pretenden combatir? ¿Y cómo evitar la institucionalidad, la juntada por cargos, la uniformidad, y a la vez articular a los dispersos para no agotarse en testimoniales?
La verticalidad y la fe en el Estado son algunos de los valores que cruzan a las instituciones y también a las organizaciones nuevas, algunas de las cuales llegan a creer (con alguna petulancia) que copando los cargos públicos harán algo mejor. Sin advertir que el vivir bien y bello, la idiosincrasia de los pueblos ancestrales que les podría servir de fuente, se cultiva en las comunidades, en la horizontalidad, en la armonía con el ambiente. Y que aquella verticalidad en las relaciones lleva en su ADN la erosión de la vida horizontal comunitaria y de las autonomías. El Estado argentino moderno nació para uniformar, y cada sector dispuesto a su administración ha sido tentado por esa serpiente colonial. ¿Estarán dispuestos los movimientos sociales a repensar a las comunidades, los vicios de las comunidades mismas, además de demandar cambios al Estado? ¿Darán ese paso fundamental, de descreer que las formas de superar conflictos, desigualdades, riesgos, vendrán desde el Estado, es decir, de una de las fuentes principales de esos conflictos, esas desigualdades, esos riesgos? Esto es clave, porque si los movimientos sólo contestan al Estado quedan atados a sus juegos y estrategias, pero si colaboran con la revisión de los vicios inyectados en las comunidades (el consumismo por caso) y la toma de conciencia, entonces las campañas y marchas podrán ser más eficaces y duraderas, aunque requerirán una actitud poco usual, para afrontar resistencias internas. Ahora bien: de no hacerlo, cabe preguntarnos si esos movimientos no se auto limitarán como meros esparrin previsibles de un sistema en decadencia.
Colonialidad interna
Las organizaciones nuevas están expuestas, también, al mismo modelo antropocéntrico extractivista; y a la ligereza de cierto keynesianismo fuera de contexto, que milita por el consumismo aquí, y contra el consumismo allá, en una paradoja que las organizaciones debieran superar si en verdad pretenden hacer la diferencia. Como están expuestas a un colonialismo interno que manda por diversas vías a favorecer las regiones con poder heredado, como el AMBA (Gran Buenos Aires), con todo tipo de privilegios (tarifas, subsidios, fábricas, trabajo, medios masivos, servicios, sistema electoral); contra las demás regiones obligadas a desarraigar y desterrar a sus hijos.
Así, los riesgos de las nuevas organizaciones y asambleas radican, pues, en arrastrar vicios clásicos, en importar recetas sin meter las patas en la historia propia, en menospreciar las tradiciones comunitarias (armonía, complementariedad, buen convivir), y dejar para después a la naturaleza. Si no advierten esas amenazas, tal vez todo el esfuerzo de estos años que permita distribuir el poder de otra manera no logre cambios medulares.
Entonces, las celebradas rebeldías, ¿se restringirán a contestar? Las agrupaciones, ¿entrarán en el juego del tradeunionismo, con cada cual en lo suyo, en compartimentos, o se animarán a miradas territoriales pero abarcadoras del conjunto de saberes, artes y problemas? ¿Ahondarán en sus autonomías, o se plegarán al poder vertical clásico de partidos, iglesias, estados, sindicatos?
Así las cosas, quizá las asambleas y las organizaciones, que irrumpieron en estas décadas por derecho propio (y encuentran fuentes milenarias en nuestros pueblos ancestrales, y también en obreros y en madres de desaparecidos del siglo XX), puedan abrevar en la vida comunitaria, en el tekó porá, en la amistad serena dentro de un ambiente, en la participación para una licencia social criteriosa, en la soberanía particular de los pueblos; y puedan inmunizarse contra el vicio de los personalismos y los Mesías y los sobornos y la partidización y la uniformidad y los compartimentos estancos, virus mutantes entre los siervos de la colonia.
La confederación de culturas, el respeto a los modos diversos del conocer y el organizarse, la centralidad de la biodiversidad, la desconfianza en los fines del Estado, las formas de la complementariedad y el consenso, ¿cuajan en las organizaciones y las asambleas que tantas expectativas generan? ¿O aquellos principios fundamentales serán tomados nomás por notas de color, como ingredientes de ocasión, para adornar, abonar o condimentar un movimiento que revuelva el estofado y nos deje con las ganas de otras fórmulas?
Fuente: Uno.