UNA PEQUEÑA GRAN HISTORIA ( Cuento)

alt="una viña en las primeras décadas del siglo XX"
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Dora Chaves

 Sentado debajo del parral el abuelo Juan, de cabellos canos, camisa remangada, ancha faja negra alrededor de la cintura con boina y alpargatas del mismo color, solía contarnos a nosotros sus nietos, que hubo algo que atrajo a sus padres… algo que los llevó a atravesar esa gran masa de agua para venir desde Italia, desembarcar en Buenos Aires y de ahí dirigirse a Entre Ríos. En sus valijas traían no sólo sus pertenencias, sinó también sus ilusiones y esperanzas, y escondido entre los bultos, como si fuera un tesoro: sarmientos que allá en su tierra natal les ofrecían el vino. Ese vino que 7.500 años A.C. ya se elaboraba en Asia. Que 2.000 años A.C lo producían en Egipto, Grecia, Sicilia… Sicilia islas de sus ancestros y los míos.

  Con ojos añorantes nos relataba que nuestros bisabuelos como otros tantos inmigrantes vinieron a trabajar esta bendita tierra de Concordia. Inmediatamente se ocuparon de las tareas prioritarias; la vivienda, el pozo de agua y el parral donde enterraron los sarmientos que trajeron de su terruño.

  Con las alas del tiempo volaron los años, llegaron los hijos y hubo más brazos para trabajar, entonces los esfuerzos se encaminaron hacia el supremo ideal: el vino propio que compartieron en la mesa, comercializando el resto.

  Como tantos otros hincaron la pala en este suelo arenoso, colocaron postes para sostener las dos largas hileras de alambre, donde los sarmientos plantados cada metro con ochenta centímetros, treparon en las alambradas con sus guías, el ramaje y los racimos de uva. En los cabezales para proteger la viña del viento, colocaron naranjos aprovechando también la fruta dulce y jugosa.

  El abuelo, con sonrisa placentera, nos ilustraba diciéndonos que el Gobierno de Entre Rios premió el trabajo de los vitivinicultores y ellos se sintieron estimulados. El abu nos confesó que los ojos de sus padres se iluminaban al recorrer con su mirada la zona de viñedos, con pequeñas ondulaciones verdes, donde al susurro de la brisa, las hojas se transformaban en manchones gris-plata, asomando entre ellas los racimos violetas.

  El abu se incorporó del banco de mimbre, entró en su escritorio y volvió con un diario amarillento, de ahí nos leyó que a fines del siglo XIX, en una exposición en Chicago, los vinos entrerrianos fueron premiados con medalla de oro. Nosotros gritamos ¡Hurra! y saltamos contentos. Él nos pidió que nos quedáramos quietos y comentó que no todo eran bondades porque a veces debían apechugar el clima: el exceso de lluvias, sequías, heladas, pestes de las plantas o cuando caían desde una nube oscura, como lluvia hambrienta, bandadas de langostas. Después dijo –bueno otro día les sigo contando–

alt="trabajadores de una viña a principios del siglo XX"

  Mi abuelo Juan y su hermano Ramón se asesoraban en la Estacion Enológica Nacional, que para orgullo de Concordia se creó en el año mil novecientos once. En ella se instruía sobre métodos de cultivo de vid, también de los subproductos, de abonos verdes con leguminosas, laboreo, poda, despunte…

  Viene a mi memoria las épocas de cosechas, cuando me deleitaba observando a las cortadoras de uva, bordeando los liños, el cutis tostado, sus cabezas cubiertas con pañuelos de colores, atados bajo el barbijo, semi tapados con aludos sombreros de pajas, blusas mangas largas y polleras anchas hasta debajo de las rodillas, cargando canastos en sus brazos, rebosantes de racimos de uvas, para colocarlos en carretones que una vez llenos eran llevados a la bodega.

  Otro día el abuelo nos refirió que por el año treinta hubo una crisis mundial. Europa importó menos cantidad de vino y la situación de los vitivinicultores se hizo cada vez más desesperante. Seis años después el poder ejecutivo creó la Junta Reguladora de Vinos con sede en Buenos Aires. A medida que se adentraba en los recuerdos la voz del abuelo se enronquecía. Esa junta resolvió que Entre Ríos no produjera más vino, no porque fueran de menor calidad, al contrario, sino porque estaban más cerca de los centros comerciales y era más económico el acarreo, inclusive si se exportaba a Europa. Mis abuelos y otros vecinos vitivinicultores, pagando un canon, siguieron produciendo vino para consumo propio.

  Cierta mañana en que el abu me llevaba recorriendo los viñedos, llegamos hasta la casa del tío Ramón. Éste lo estaba esperando y agachando la cabeza dijo –Juan, recién estuvieron los municipales, se llevaron el alambique. Las cubas y lo demás les expliqué que ya lo teníamos vendido, así los pude salvar.

  El abuelo no contestó, se dirigió a la bodega, yo lo seguía detrás, él se pasó la mano por el encanecido cabello, acarició las viejas paredes con sus dedos callosos, donde la pintura azul descascarada mostraba rosados y amarillos, luego posó su mano izquierda en la balanza, siguió hasta las cubas rozándolas apenas y salió con los ojos llorosos a recorrer con paso cansino los liños de la viña.

  Ese día, el viento entre las hojas de vides, dejaba en su gemir el hórrido estertor de la derrota.

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1 Respuesta

  1. 30/04/2022

    […] escritora entrerriana Dora Cháves – quien vivió parte de su niñez y adolescencia en Concordia, a donde retornó hace varios […]

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