Día del Artesano, la Artesana y la emancipación

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Creatividad y amor. Las artesanías llaman al conocimiento, el talento, el esfuerzo para hacer y ofrecer.
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Este domingo se conmemoró el Día del Artesano, una profesión que alimenta conocer la comunidad, conocer el entorno y utilizar la imaginación para crear.

Por Daniel Tirso Fiorotto

Puede forjar el hierro, puede hacer un esfuerzo con el cincel, transpirar la camiseta como quien dice, y hasta poner cara de pocos amigos por ahí, pero quien se dedica a las artesanías se alimenta en el fondo de una inagotable fuente de ternura, ¿por qué es tan importante conmemorar el Día del Artesano?

En el origen uno da con historias estremecedoras que, como esa ternura, también enaltecen a las artesanías por el extremo opuesto. Aquí abordaremos una acepción amplia de artesanía, que involucra a las mayorías e incluye a artesanos voluntarios e involuntarios, cuyas piezas solemos pisar con indolencia.

Conocer la comunidad, conocer el entorno, amar el oficio, buscar la veta, meditar con el mate en la mano, escuchar a los mayores, olvidarse del tiempo, probar, darse maña, ofrecerle a la obra grande o pequeñita un último pulido para que luzca: ahí está el alma. Cada objeto es una composición. Armonía, equilibrio, amor, y creatividad para sortear los obstáculos que presente el material o la herramienta o el estado del tiempo, y para trazar la línea que sin dudas distinguirá esta cerámica de esa otra, esta funda de celular de esa otra.

Hemos visto con qué dedicación amasan la arcilla, mezclan los antiplásticos, hilan hebras de lana en la rueca, soban el cuero crudo a maceta, cortan finos tientitos, tejen una cesta, humedecen las fibras para hacerlas maleables, templan el acero con vistas a un cuchillo flor; y con qué calidez le dan la puntada final y presentan la pieza, sea para un regalo, sea para un ingreso económico.

Artesanos han sido los pueblos por milenios. Artesanas son hoy las familias que encaran día a día las labores con esmero personal, con saberes grupales, comunitarios.

Se ha tomado el 19 de marzo como Día Internacional del Artesano y la Artesana en reconocimiento a la labor de José, el padre carpintero de Jesús.

Cuando decimos artesano, artesana, además de trabajo estamos diciendo convicción, saberes compartidos, ganas de sacar lo mejor de sí y terminar el objeto y verlo en todo su esplendor, en homenaje a la belleza misma, y a la persona que lo colgará en la pared, lo vestirá o lo usará en el día a día.

Mirada amplia

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Cuero, madera, metales. Los materiales de una región aprovechados en las piezas bellas y útiles a la vez.

Las familias artesanas atesoran un orgullito manso, como diría un poeta de Nogoyá, y una condición excepcional para cumplir con lo propio y mirar con admiración lo que entregan los demás. Artesanía, belleza y comunidad van de la mano. ¿Y pobreza? En la artesanía puede haber un modo de ganarse la vida pero no hay otro enriquecimiento que no sea cultural; además, el colonialismo desmerece las artes de quienes pretende reducir a servidumbre; y el pagar mal, el quitar espacios, el mezquinar lugares en las góndolas, el mirar con indiferencia sus obras, es un modo de ladearlos como chiripá.

También discriminación, y se nota cuando un obrero recibe su sueldo de la empresa y a la artesana que tiene en casa a su servicio, y al servicio de la misma empresa, ni las gracias.

Conocimos a una maestra de artesanías, Adela Brasesco, mujer de excepción, con cuna en Las Lechiguanas. Luego de dar clases a las familias isleñas y colaborar con sus conocimientos, incluso como partera del pago, fue extensionista del INTA y recorrió por años las chacras del sur entrerriano enseñando labores en hilos, totoras, y reuniendo a las mujeres campesinas víctimas del aislamiento propio de una época que raleó la vecindad. Ahí también la artesanía como enlace para el intercambio y el arraigo, y para el despertar.

Adela fundó 18 clubes rurales de mujeres y creó con otras 300 personas la cooperativa de artesanos que aún subsiste como Centro de Artesanos San José de Gualeguaychú.

Cada artesano guarda en un rinconcito un sentido de la emancipación y de la inserción comunal, un afecto por el pago de uno, por la cultura propia, que lleva a apreciar las otras culturas. La artesanía es también un puente entre regiones, una vía de hermanamiento entre idiosincrasias diversas, y entre la humanidad y el resto de la biodiversidad.

Los ladrilleros artesanales conocen de arcillas y bostas y árboles y una serie de detalles del pisadero, el adobe, el marco y el horno. Las familias dedicadas a la pesca en nuestro litoral son artesanas, de una antiquísima tradición que convive con otras artesanías, desde la elaboración y reparación de las redes y las canoas, hasta el acto mismo de juntar los peces, un arte, y despinarlos y filetearlos y prepararlos fritos o a la parrilla o en el chupín… Todo eso es un mundo, de baqueanos que conocen de trinos, árboles, flores y especies, y conocen de agua y orillas y modos orilleros, como saben de secas y crecientes, y lo más importante: saben convidar.

La cocina en la inmensa mayoría de los hogares del litoral es artesanal; allí predominan las mujeres como en los talleres artesanales mecánicos o de chapa y pintura predominan los varones. Hay como gustos, según las labores, están las tejedoras y están los guasqueros. Eso se ve mejor ampliando el espectro de las tareas artesanales, sin competencia.

Mates de madera, de asta, forrados en cuero y alpaca, artesanales todos. Mates labrados en porongos. Cuchillos artesanales, uno a uno. Guascas, platería, lana, hilados… Ah, y qué decir de esa maravilla llamada ñandutí, y de esa otra exquisitez llamada luthería que hace historia en Gualeguay, por caso.

Pueblos ancestrales

¿Cuándo empezó el oficio en piedra, cuero, fibras, madera, arcilla; quién lo inventó? Nadie sabe. Hueso, caña, asta, chala, metales… cada artesanía con una impronta personal, regional, con origen lejano, sin patente. Las obras artesanales son muchas veces artísticas, como expresión de una cultura viva y de una aptitud personal, aprovechando lo que hay alrededor y lo que hay en el corazón.

“Para hacer una jareta/ o para cortar un tiento,/ a más de los instrumentos/ empleaos en estas labores/ sepan ustedes, señores,/ preciso es tener talento”, rezan los versos que conocimos por Carlos Raúl Risso.

Las artesanías de los pueblos ancestrales de la región están a la vista en las cerámicas (algunas de las nuestras de campanas, cabezas de loro); las tramas, el uso de las esteras de junco o totora para la vivienda, el tallado de las piedras, las obras en láminas de cobre, y también en el trato a los muertos con distintas sustancias (por ejemplo, pigmentos rojos y cascotes ocres que se aprecian en los esqueletos del Delta del Paraná), o en el modo de colocarlos para su descanso final, a veces en urnas; y en el trato de los vivos, por ahí con deformaciones craneales no siempre involuntarias; y en el uso del nácar, el hueso, el barro. La punta de flecha es una artesanía, como la boleadora, la pipa. Algunas piezas, de ocasión, otras verdaderas joyitas.

¿Cuántas obras artesanales guardan el sudor y la destreza de africanos, charrúas, guaraníes, mapuches, gente del Chaco, esclavizados o reducidos a servidumbre, durante la colonia o después de la “campaña al desierto”? He ahí otro aspecto: y es que no siempre la artesanía ha sido una elección.

En piedra y algarrobo

¿Un ladrillo es una artesanía? ¿Y un adoquín? Miremos una calle de adoquines y pensemos si hay allí trabajo manual y belleza.

Muchas de nuestras ciudades están tapizadas de adoquines tallados por artesanos arrancados de sus comunidades (africanas, patagónicas, chaqueñas), por el despotismo colonial. Esa mano de obra barata cortó el granito y también hachó y talló el algarrobo para alfombrar las calles de Londres, Roma, París o Buenos Aires.

La isla Martín García oculta en sus entrañas modos del genocidio del Virreinato y del Estado nacional argentino, con el sometimiento de las personas a la negación total, hasta su exterminio como cultura, como etnia, o truncando la vida. Muchos adoquines que pisamos son testimonios de delitos cometidos en campos de concentración como la isla Martín García. (Lo sostienen y explican los estudiosos Nagy y Papazian). Al tapar hoy los adoquines escondemos su belleza y su origen vergonzante.

También las Sierras de Tandil tuvieron sus picapedreros, mayoría italianos, construyendo adoquines en el encierro, con una decena de oficios artesanales complejísimos en hierro, madera, piedra y pólvora. Las sierras con los picapedreros, como los montes entrerrianos con los obrajeros, supieron de un sistema de opresión similar.

En la historia de las artesanas y los artesanos de nuestra provincia se encuentran, a la vez, talento y padecimiento excepcionales. Algunas torturas y violaciones quedaron registradas por la incursión de jueces y médicos, pero la mayoría silenciadas. Los esclavizados de Esteban García de Zúñiga en Gualeguaychú dan un panorama aterrador entre los artesanos, incluso con la muerte prematura de todos los hijos de africanos. Todos.

Para llegar a un adoquín de algarrobo hubo hacheros, jinetes, cachapeceros, carreros, jangaderos, carpinteros… Expandidos en numerosas artesanías, para cumplir el oficio, porque nadie se ataba a especialidades. Entre Ríos fue gran proveedor de algarrobo a Buenos Aires, cuyo municipio se ufanaba de regalar adoquines a Europa. Por un lado faltan algarrobos, por otro sobran altanerías.

Si la artesanía llama a la comunidad, lo que hizo el Estado por décadas fue romper lazos comunitarios, violar cuerpos. Por eso cuando decimos artesano, artesana, nos sacamos el sombrero. No todo ha sido coser y cantar.

Otras artesanías derivan de las faenas con caballos y vacas. “Mucho gusto, Juan Labala, uruguayo y capador de potrillos, a sus órdenes”, era el saludo de un paisano de Pehuajó, según la memoria de mi padre.

Una cesta de fibras, un rebenque de cabo trenzado con tientos, una vasija de barro cocido, unas campanitas de viento hechas con cañas; y también una guitarra, un auto artesanal, cómo no… ¿Y un peluquero, una peluquera, no ejercen oficios artesanales, a veces con verdadera maestría, y a veces con todo un mundo de chismes y bromas y recuerdos y debates en la sala de espera? Hace poco se murió mi amigo el peluquero, José Sosa. Toda una familia de peluqueros, un mundo relacionado con el fútbol y el club y el boxeo y el barrio. He ahí una noble familia de artesanos.

La humanidad por milenios vivió de las artesanías, y sigue viviendo de las artesanías aunque ese trabajo, esa idoneidad, ese esfuerzo, y el fruto de todo eso, no reciban reconocimiento social porque, sencillamente, el reconocimiento baja desde sectores de poder económico, político o intelectual, donde no suele ser una práctica diaria la artesanía. “Muy bueno lo suyo”, y a pobrear.

La cocina de Sánchez

El Bochi Sánchez, artesano de la cocina y los vitrales.

Ese artesano de la cocina y también de los vitrales que es Ángel Sánchez, el Bochi, suele cuestionar a las academias porque algunas lavan a los estudiantes de sus conocimientos en vez de empoderarlos con esos saberes que traen de la casa, del barrio, de la abuela, para facilitarles otro vuelo pero desde esas raíces. Cuánta sabiduría escuchó este ingeniero conversando con personas que le enseñaron otros modos del guiso, el puchero, artesanos de pura cepa.

La artesanía alimenta al mundo con cuidado, conciencia, amor, paciencia.

El industrialismo, sea como organización económica o como paso para el control obrero, ha arrinconado a la artesanía, con menosprecio del trabajo colectivo, la comunidad, la experiencia ancestral. El Estado mismo ha procurado uniformar y organizar de un modo artificial. La hegemonía del mercado inunda las góndolas de artefactos y paquetes que salen a razón de miles por hora, y si bien es cierto que en cada objeto hay un esfuerzo, también lo es que en la artesanía esa creatividad se renueva, y la relación de la persona con esa arcilla, esa madera, esa piel, esas frutas, es directa, como es directa la relación entre las personas que ofrecen la artesanía y las que la necesitan.

Puede ser una cuchara, puede ser un tatuaje. La diferencia entre arte y artesanía se esfuma en la mayoría de las obras, y allí vemos que en algún caso esa distinción se realizó para dar aire a las artes practicadas por el colonizador y dejar a las artes nativas un escalón abajo.

El engaño colonial

La preeminencia del mercado sobre la comunidad ha generado un aura alrededor de la industria y la tecnología. Nuestras comunidades precisan una ocupación, pero naturalizamos los contestadores automáticos en las empresas poderosas, o los cajeros automáticos, o las grandes máquinas que reemplazan a 10 o 100 obreros… Así es como fluye la falsa teoría de que con artesanías no se sostiene la humanidad, un invento bien favorable para los banqueros y los industriales y los mandones que no sacan provecho de un mundo artesanal con simpatía por la emancipación.

Hasta hace pocos años la mecánica estaba al alcance, como los tomates y los choclos producidos en la huerta del fondo, los huevos del gallinero de la vecina…

Ahora bien, ¿resulta una utopía valorar la artesanía en un mundo de 8.000 millones de personas que necesitan comer, vestirse, etc? Tomemos el ejemplo de una provincia expulsora de sus hijos como es Entre Ríos: si cada familia tuviera acceso a un espacio adecuado, bastarían 300.000 hectáreas para todas las familias, más otras 300.000 en plazas y calles, y quedarían más de 4 millones de hectáreas libres para producciones extensivas y tres millones para montes y humedales… El espacio llama a la creatividad.

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Las ferias de artesanos son un clásico en vacaciones de invierno.

Las viviendas para los humildes vienen sin patio. Allí la artesanía no prospera. El encierro no inspira. Ni la huerta ni el gallinero ni el galpón con cueros o con barros: no hay lugar para las flores ni para el pozo donde dejaremos que las cáscaras se vuelvan humus o donde la Pachamama recibirá su homenaje en agosto. El encierro es parte de la colonización, es un modo de dejar satisfechas a las familias pero a su vez tenerlas a merced, obturando los intercambios.

El amontonamiento en galpones industriales, la producción “a escala”, la separación del ser humano y el objeto, y la interrupción de los vínculos entre artesanos y consumidores, son caprichos modernos que han calado hondo y se han naturalizado. Todo en desmedro de las artesanías.

La autonomía

Muchos bienintencionados quieren preservar a las masas, no para que se emancipen sino para que les sirvan, o para organizarlas a su modo, con actitud colonial. Las autonomías molestan. Las artesanías no molestan si se acomodan al sistema no artesanal, como excepciones, sin perturbar el orden establecido.

Artesanía equivale a autonomía y emancipación. Allí se comparte; se estudian la cultura, el entorno, se aprovechan el suelo, el árbol, los saberes. Poesía, música, artesanías, van de la mano.

¿Un bolso de junco, de totora? ¿Una silla de patas bien torneadas y con asiento de paja? ¿Una pared prolija, un techo seguro, un inodoro que funcione? ¿Una galleta sabrosa, un vestido cómodo y elegante, una verja de hierro, un farol colocado sin riesgos y con sentido estético? Artesanas, artesanos. Desde aquellos montículos de los pueblos isleros y costeros y aquellos quinchos en el monte, donde suelen hallarse milenarias expresiones artesanales, hasta la reparación de las computadoras en la actualidad, o el comercio de barrio, nuestra vida está respaldada en artesanías a cada paso.

El desarraigo

El menosprecio de la artesanía llama a la compra de objetos uniformes desprovistos de esa calidez que saben incorporar la abuela, el vecino, la familia, la amistad.

Hay esfuerzos por diferenciar manualidades, artesanías, artes, pero en verdad con mayor o menor tiempo, tradición, uso de materiales de la región, cantidad y calidad, objetivo estético o lucrativo, en un punto las artes, las artesanías, las manualidades son sinónimos. Sin dudas, el Día del Artesano y la Artesana no está circunscripto a definiciones restrictivas, es un homenaje amplio e involucra a muchísimas personas.

La Fiesta Nacional de la Artesanía en Colón ayuda a precisar el concepto, con el fin de evitar confusiones y peleas en el encuentro. En su organización, leemos por caso: “Trece son los rubros que expone, en toda su diversidad, el medio millar de artesanos que arriba por Colón cada febrero. ‘Los rubros auténticos’, según le llaman los más apegados cultores de estos oficios: fibra vegetal, cerámica, madera, metal, cuero, textiles, asta y hueso, instrumentos musicales, piedras, vidrio, imaginería, papel y cartonaje y juguetes. Se entiende a la artesanía no sólo como un producto elaborado con las manos, sino como fruto de un oficio: una técnica estudiada y trabajada por años. Un saber que se ha adquirido de un maestro y que tiene una historia detrás…”.

Hay en las artesanas y los artesanos una voluntad de aprender y de enseñar, de valorar lo que hace la vecindad y mostrar lo propio. Saqué este filo de una reja de arado que me trajo Fulano, esta lana me la regaló una amiga de mi suegra, hice este mate con un ñandubay campana de un poste viejo…

Bolsillos flacos

María del Carmen Troncoso, que conoce y practica muchos rubros de las artesanías argentinas y proviene de una legendaria familia de artesanos, nos explicó diferencias entre artesanías y manualidades. “Una artesanía es la transformación de la materia prima en un producto utilitario y comercial con una carga cultural; intervienen la procedencia, la materia prima, las herramientas, las técnicas, los diseños, la impronta personal, la historia de quién se aprendió, cómo y dónde… Los rubros reconocidos artesanalmente son cerámica en torno, método chorizo o de plancha y modelado; cuero crudo, procesado y curtido; metal: blandos, duros y semiduros; fibras vegetales: palma, chala, totora, espadaña, etc. Textil: hilados de un cabo, dos cabos, y teñidos con tintes naturales. Asta y hueso: tallados, pulidos y engarzados. Madera: blandas, duras y cada una con su especialidad. Por ejemplo: rubro fibra vegetal especialidad cestero, mueblero o imaginería y sus distintas técnicas y herramientas. Si bien una manualidad tiene muchas veces un trabajo superior a una artesanía, no es menos merecedora de admiración, simplemente no cumple con los requisitos establecidos para participar de una feria de artesanía. Sí, tranquilamente, puede participar de ferias culturales o de micros emprendedores”.

Hoy nos inclinamos ante nuestras comunidades que, por encima de mil obstáculos puestos por el sistema vertical y otros ninguneos, siguen practicando el maravilloso oficio de crear y recrear, un bello servicio sin apuros, de bolsillos flacos y corazón pleno.

La página “Artesanía por el mundo” preguntó a los artesanos qué es la artesanía. Algunas de las respuestas: “Mi pasión”, “un estilo de vida”, “un modo de expresar, cariño por lo que uno hace”; “el arte es sentimiento, tienes que vivirlo, es sacarlo de acá adentro”, “es la capacidad de que el alma pueda plasmar a través de las manos cosas que pueden ser un contenido de amor, un sentir, un sueño”; “uno descubre, por ejemplo, al manipular la arcilla, defectos de uno, nos hace reflexionar en la vida”. “La artesanía para mí es toda mi vida, respiro artesanía”. “Lo que hacemos unos seres humanos para hacer más feliz la vida a otros seres, aquí vivimos todos en comunidad, cada uno se dedica a unas cosas que nos hacen vivir en comunidad y ser felices. Las artesanías son aquellos objetos que hacen la vida más agradable a los demás”.

Y bien: trabajar, esforzarse, dejar volar el talento propio, para el vivir bien y buen convivir. La artesanía no es una cosa separada. De ahí que este Día sea una fiesta, y sea también una jornada de reflexión en obsequio a los pioneros de las artesanías martirizados, cuyas obras aún podemos apreciar si no fueron carcomidas por el tiempo, como nuestra memoria.

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