Brasil: Los jugadores negros del ‘Maracanazo’: condenados en la tribuna, absueltos por la historia
El portero Moacyr Barbosa relata el desprecio, motivado por el racismo, que padecieron algunos integrantes del equipo que hace 70 años cayó en la final del Mundial ante Uruguay.
La sentencia se escuchó al final de ese inolvidable 16 de julio de 1950. “En Brasil, la pena máxima es de 30 años. He pagado toda mi vida por una derrota”, decía Moacyr Barbosa, portero de la selección brasileña que hace 70 años perdió la Mundial ante Uruguay en el Maracaná. Barbosa falleció en 2000, a los 79 años, aún con el estigma de la condena pública por un instante que le persiguió durante décadas, el del Maracanazo. Los hinchas y gran parte de la prensa lo consideraron responsable de aquella derrota, sobre todo por el segundo gol, marcado por el extremo derecha Alcides Ghiggia, dice el diario español El País.
Defenestrado, Barbosa encontró consuelo en la amistad que trabó con los jugadores uruguayos, los verdugos de 1950, y en el cariñoso recuerdo del Mundial que tiene el país vecino, donde recibió un homenaje del Gobierno. Se hizo amigo de Ghiggia, que se disculpaba por el gol que le causó tantos disgustos. “Si hubiera sabido, en aquel momento, que la culpa recaería en un solo hombre, no habría marcado el gol”, se castigaba el exdelantero uruguayo, como señal de respeto por el sufrimiento de Barbosa.
Con la camiseta del Vasco, un club en el que jugó durante más de 10 años, Barbosa ganó seis veces el campeonato carioca. También fue campeón sudamericano con el Expresso da Vitória, en 1948, y paró un penalti en la final. Llegó al Mundial como titular absoluto de la selección, respaldado por el título de la Copa América del año anterior. Pero ni siquiera la idolatría del Vasco impidió que el portero fuera crucificado por haber perdido el primer Mundial organizado en el país. En Río de Janeiro, la gente le paraba por la calle para recriminarle que no hubiera capturado el balón, aunque fuera imposible. Nunca olvidó el día en que, ya retirado, vio que una mujer lo señalaba con el dedo y le decía a su hija: “Ese hombre hizo llorar a todo Brasil”.
Barbosa no tuvo hijos. Pero cuando se fue a vivir a Praia Grande, en la costa de São Paulo, conoció a Tereza Borba y ganó, como ella misma define, “una hija de corazón”, que hoy lucha por preservar la memoria de su padre. “Ningún portero habría podido atrapar ese balón”, dice Borba, destacando la proximidad del disparo de Ghiggia. Después de transformar su tumba en un monumento conmemorativo y hacer que el Ayuntamiento lo reverenciara poniendo su nombre a una calle, se esfuerza para que Barbosa no sea recordado solo por el Maracanazo. “Necesitamos pasar la página, 1950 ya ha pasado. La verdad es que mucha gente ni siquiera sabe que mi padre existió. Tenemos que recordarle como el excelente portero que fue”.
Aunque le faltó reconocimiento en vida, la admiración de la hinchada del Vasco empieza a convertirse en homenajes. En 2007, en una votación organizada por el periódico O Globo, fue elegido portero del mejor equipo del Vasco de todos los tiempos. El club, que en su galería de ídolos describe que culpar a Barbosa es “una de las mayores injusticias del fútbol mundial”, rindió homenaje a su exjugador el año pasado por el Día del Portero, que se celebra el 26 de abril. Actualmente, los hinchas piden que el nuevo centro de entrenamiento del equipo lleve el nombre de Moacyr Barbosa, en una campaña que abraza su hija. “Barbosa tiene mucho que ver con la historia del Vasco”, dice Borba, refiriéndose a los orígenes del club, que fue uno de los primeros en aceptar jugadores negros y pobres en Brasil. “Por ser negro y por el racismo que sufrió cuando la prensa lo describió como un monstruo, es muy simbólico que sea uno de los mayores ídolos del Vasco”.
A pesar de ser titular de un club profesional en una época en que el fútbol ya gozaba de gran popularidad, Barbosa se sentía discriminado. Dos años antes del Mundial, en un viaje de la delegación del Vasco a Porto Alegre, intentó cortarse el pelo en una barbería, pero le prohibieron entrar. “No atendemos a negros”, le dijo el dueño del establecimiento. No se hizo rico jugando al fútbol. Hasta jubilarse, tuvo que trabajar como empleado de la dirección de Deportes de Río de Janeiro, en el complejo del propio Maracaná. Era otra muestra, cruel, de que el racismo invisibiliza los méritos de las personalidades negras. “Descubrí que un negro solo puede formar parte de la historia de Brasil como culpable”.
Malos para la selección, ídolos para los clubes
Después de la saga Barbosa, hubo quienes dijeron —y aún dicen— que los negros no sirven para ser porteros. La sombra de Maracanazo también inspiró ideas eugenésicas en la selección brasileña, que se había planteado blanquear el equipo antes de ganar su primer título mundial bajo la batuta de Garrincha y Pelé, ambos negros. Además de Barbosa, otros dos jugadores negros del Mundial de 1950 fueron severamente criticados por la derrota: el lateral izquierdo João Ferreira, más conocido como Bigode, al que Ghiggia regateó en el fatídico gol, y el central Juvenal Amarijo, que habría tardado en defender.
Aunque no jugaron más partidos oficiales con la selección tras el Maracanazo, ambos, al igual que Barbosa, siguieron cosechando éxitos en sus clubes. En 1952, Bigode, que jugaba con el Flamengo en la época del Mundial, volvió al Fluminense para competir en el torneo internacional de la Copa Río. Se reencontró con Ghiggia en el partido contra el Peñarol y, esa vez, consiguió la revancha. El equipo tricolor ganó por 3 a 0, se sacramentó como campeón invicto y Bigode fue elegido uno de los mejores jugadores de la competición. Falleció en 2003, a los 81 años. El Fluminense ondeó su bandera a media asta en memoria del ídolo.
Juvenal también era del Flamengo, pero en 1951 lo contrató el Palmeiras. Poco después de llegar al equipo de São Paulo, ganó la Copa Río, lo que para los dirigentes e hinchas del club era como ganar un Mundial. En 2001, fue el invitado de honor del Palmeiras en la celebración del 50 aniversario del título. En la galería de honor del club, se le define como un jugador que “llegó al Palmeiras para cambiar su historia y rescatar el honor del pueblo brasileño luciendo la camiseta albiverde, ganando el Mundial de Clubes contra la Juventus de Turín”. A pesar del reconocimiento, el exdefensa, hasta entonces el último titular que quedaba de la selección de 1950, murió en la miseria a los 86 años, en el interior del Estado de Bahía.
Héroe de los uruguayos, Ghiggia también se resentía por la falta de reconocimiento. Cuando Brasil volvió a ser sede de un Mundial, en 2014, el autor del gol que convirtió en bicampeona a la selección celeste era el último sobreviviente del Maracanazo. Su muerte, al año siguiente, parecía una provocación del destino: fue el 16 de julio de 2015, exactamente 65 años después de alcanzar la gloria en su carrera. “En lugar de culpar a uno o más jugadores, los brasileños deberían reconocer nuestro mérito. Éramos un equipo valiente, que solo pensó en triunfar en el Maracaná, a pesar de todo el favoritismo de Brasil”, defendía el ex lateral derecho.
Encerrados “como toros” hambrientos
Para Barbosa, la atmósfera de fiesta fue el verdadero culpable. Los periódicos aseguraban que los anfitriones, que solo necesitaban empatar, serían campeones. La noche antes de la final, los dirigentes se unieron a la euforia y decidieron sacar a los jugadores de la concentración —en la Casa dos Arcos, aislada de todo el alboroto— para llevarlos al estadio de São Januário, donde autoridades y políticos de varios Estados, como el candidato a la presidencia Cristiano Machado, ovacionaron a los cracs. Se armó tal barullo que no tuvieron tiempo ni de almorzar antes del partido. “Fuimos al estadio hambrientos y nos encerraron en el vestuario del Maracaná como toros. Luego nos soltaron en la arena para enfrentar a los leones”, contaba Barbosa.
A diferencia de otros exjugadores, Barbosa nunca más fue bienvenido en el entorno de la selección. En 1993, cuando Brasil se estaba preparando en Teresópolis para enfrentar a Uruguay, de nuevo en el Maracaná, en las eliminatorias para el Mundial, la comisión técnica le aconsejó que no se hiciera fotos con Taffarel, el portero titular de la selección, para “preservar su imagen”. Pero en 2013, la Confederación Brasileña de Fútbol publicó una nota de desagravio el Día del Portero. “Jugar con el dorsal 1 nunca ha sido una tarea fácil. Las paradas o actuaciones más impresionantes se olvidan de inmediato con cada gol metido o cada disparo que se considera que se puede parar, como le sucedió injustamente a Barbosa, señalado como responsable de la derrota de Brasil ante Uruguay en la final del Mundial de 1950”, rezaba la nota, publicada en la página de la confederación.
Tereza Borba, hija del ídolo, se niega a interpretar las muestras de respeto post mortem como reparaciones históricas. Prefiere considerar que el recuerdo cariñoso de su padre es un premio justo, aunque tardío, para el portero que cargó el resto de su vida con el gol que silenció a 200.000 hinchas en el Maracaná. “Nadie puede ser culpable o absuelto de un delito que no cometió”, dice. “Lucho para que la gente recuerde que, más que un gran ser humano, Barbosa siempre será un monumento del Vasco y del fútbol brasileño”.
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