Boris Johnson dimitirá hoy tras las renuncias masivas de su gabinete

Compartilo con

Más de centenar altos cargos han abandonado el Ejecutivo por la pérdida de confianza en el primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Lo de Boris Johnson no era ya tozudez sino casi delirio. Para sacarlo de Downing Street no ha bastado con que se lo pidiera una delegación del propio Gabinete y la total pérdida del apoyo del Partido Conservador, sino que ha sido necesario entrar en su despacho, al que estaba clavado como los manifestantes que se atan a los puentes y vías de tren, y ponerle la camisa de fuerza. Pero finalmente se ha resignado a dimitir.

Cualquier líder normal ya habría visto este miércoles por la noche que su suerte estaba echada, como en esas tragedias griegas que le apasionan, y en las que los personajes (Hamlet, Macbeth, Enrique V…) tienen un fallo fatal de carácter que es su perdición. En el de Boris ha sido la arrogancia, el creerse por encima de los demás, con unas reglas para él y otras para el resto de la humanidad. “¿Si no puedo hacer lo que quiero, para qué carajo soy primer ministro”?, le dijo a su ex asesor Dominic Cummings en una ocasión, cuando le llevó la contraria. Tampoco le han ayudado la incapacidad crónica para concentrarse en los detalles y la falta de organización y una ideología concreta.

Boris Johnson dimitirá hoy tras las renuncias masivas de su gabinete. Parte I.
Boris Johnson dimitirá hoy tras las renuncias masivas de su gabinete. Parte II.

Johnson se acostó dispuesto a seguir luchando hasta el final, con una resistencia numantina. Pero esta mañana las cosas se han puesto peor de inmediato, y los relojes no habían dado las siete en el reino inglés cuando el ministro para Asuntos de Irlanda del Norte, Brandon Lewis, ha presentado la dimisión. Ha seguido el aluvión de renuncias de secretarios de estado y directores generales, hasta medio centenar, haciéndose obvio que no había de facto un gobierno operativo. La fiscal general, Suella Braverman, y el recién nombrado ministro de Economía, Nadhim Zahawi, le han dicho que era hora de hacer las maletas. La responsable de Educación, Michelle Donelan, ha abandonado el barco menos de cuarenta y ocho horas después de haberse subido a él, informó el matutino catalán La Vanguardia.

alt="Boris Johnson durante la reunión que mantuvo con el presidente argentino Alberto Fernández en la última reunión del G 7"
Boris Johnson durante la reunión que mantuvo con el presidente argentino Alberto Fernández en la última reunión del G 7. El inglés había dejado en claro que Gran Bretaña no negociaría sobre la soberanía de las Islas Malvinas.

Hasta Boris Johnson, cuya salud mental empezaba a ser cuestionada, se ha dado cuenta de que la situación se había vuelto insostenible, y ha comunicado al grupo parlamentario su decisión de dimitir como líder del partido. Ahora se trata de las condiciones, del cómo y el cuándo. Su deseo es permanecer como primer ministro hasta que los conservadores elijan un sustituto, un proceso que comenzará inmediatamente con el objetivo de tener alguien al frente para el otoño, el hombre o la mujer que dirigirá a los tories a las elecciones de 2024. La toma de posiciones ya ha comenzado. Pero muchos insisten en que se vaya ya.

Los ‘tories’ buscan sucesor

¿Candidatos a la sucesión? Todos los que han ocupado los principales ministerios en la era Johnson (Liz Truss de Exteriores, Rishi Sunak y el propio Zahawi de Economía, Pritti Patel de Interior, Ben Wallace de Defensa, Penny Mordaunt de Comercio, Sajid Javid de Sanidad…), los diputados Tom Tugendhat y Jeremy Hunt… Pero la lista está muy abierta, dada la crisis de identidad de los conservadores, y no se puede descartar que se lancen al ruedo personajes relativamente desconocidos, con una agenda para limitar las medidas contra el cambio climático y el compromiso de rehuir a cero la emisión de CO2 para el año 20250, por ejemplo. Ni siquiera es imposible el regreso del ultraderechista Nigel Farage, si no en primera persona tal vez en la sombra, como mecenas de alguien.

Los tories, después de doce años en el poder, han de decidir lo que son, si abrazan la guerra cultural, un populismo nacionalista inglés al estilo Trump, alérgicos a la revolución medioambiental, los derechos de los trans y el movimiento woke pero dispuestos a gastar dinero público a mansalva, o regresan a su tradición liberal, de prudencia fiscal, bajos impuestos, escasas regulaciones y austeridad, una fórmula con la que han ganado más elecciones que ningún otro gran partido europeo desde 1840.

Una de las razones por las que Johnson prefiere seguir hasta que haya oficialmente un sucesor es evitar la ignominia de ser superado por Theresa May y Neville Chamberlain entre los dirigentes tories que menos han permanecido en el poder. En su caso, por ahora, 1083 días. Una caída tan dura parecía impensable cuando ganó las elecciones del 2019 con una de las más aplastantes mayorías conservadoras en cuarenta años, creando una coalición hasta entonces inexistente de tories tradicionales y ex laboristas de clase trabajadora del norte de Inglaterra. Parecía que iba a revolucionar la política británica (lo ha hecho, pero en otro sentido más negativo), y a permanecer en el poder quizás hasta los años treinta.

Triste balance para Boris Johnson

Los seguidores de Johnson ponen como excusa la pandemia y la guerra de Ucrania, pero lo cierto es que la realpolitik puso en seguida de manifiesto los puntos débiles del premier. Cumplió la promesa de hacer realidad el Brexit, pero con un compromiso sobre Irlanda del Norte (la permanencia de la región en el mercado único) inaceptable para los unionistas y del que no tardó en desdecirse, incluso abriendo las puertas a que el Reino Unido incumpliera un tratado internacional. Promesas de su manifiesto como igualar el norte y el sur ingleses, construir cuarenta hospitales, invertir masivamente en infraestructuras y servicios públicos, apoyar a las familias y a los trabajadores, desarrollar el potencial de Gran Bretaña o firmar acuerdos comerciales beneficiosos, quedaron en seguida en humo. Ante la necesidad de escoger entre política keynesiana de gasto y endeudamiento público y los recortes fiscales que le pedía el ala tradicional del Partido, optó por las dos cosas al mismo tiempo, como si ello fuera posible.

Las contradicciones le desbordaron, y a ellas se sumaron la pérdida de elecciones parciales ante laboristas y liberales demócratas, el impacto negativo del Brexit para el comercio y el valor de la libra, y una sucesión de escándalos; los gastos de renovación del piso de Downing Street, el apoyo a diputados acusados de violaciones, acosos sexuales y ver videos pornográficos; y sobre todo las fiestas ilegales en Downing Street, siempre negando cualquier conocimiento del asunto y echando la culpa a los demás hasta que pruebas palpables le obligaban a admitir su responsabilidad. Después del Everest venía el K2, y después el Matterhorn, el Monte Rosa, el Aconcagua, el Mount McKinley… Una montaña detrás de otra montaña y otra montaña, en una sucesión de obstáculos que se prolongaban en un horizonte infinito.

Johnson alcanzó la cima superando las fronteras tradicionales de los tories pero ha caído no sólo por falta de decencia y honestidad, por las mentiras, la incompetencia, fallos de carácter y errores políticos, sino por no ser lo “suficientemente conservador” en su búsqueda de una fórmula mágica para preservar el empleo durante la pandemia, que le empujó a unos planteamientos económicos de corte socialdemócrata que hicieron chirriar los ejes de su formación.

Boris llegó por todo lo alto y se ha ido por todo lo alto, como un superhéroe que se ha quedado sin poderes y ya no puede volar. Su lugar en la historia británica no va a ser aquel con el que soñaba.

También puede gustarle...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error

¿Te gusta este sitio? No te pierdas nuestras noticias