Federalismo vivo en poesía, testimonios y símbolos
Borrador de la charla sobre el federalismo en el litoral que brindamos esta semana en Concepción del Uruguay en las Jornadas de filosofía del río Uruguay.
Por Daniel Tirso Fiorotto
Los ceibales en flor y las bandadas de cardenales nos inspiraron en el camino para abordar, en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay, el federalismo en el litoral, desde un ángulo literario.
Para muchos habitantes de nuestro territorio, el federalismo se abona menos con silogismos y libros que con canciones y ruedas de mate. Si bien entra en sintonía con prédicas anarquistas como las de Pierre Proudhon, su raíz es anterior y honda en esta tierra, se alimenta de la vida comunitaria ancestral. El federalismo se siente más cómodo en los fogones.
Es cierto que en España hubo experiencias notables de vida comunitaria y también de autonomía. Por eso no sabemos qué porción aportó cada cultura, pero está claro que aquí encontró barbecho.
También en los círculos de poder se pronuncia un “federalismo” a repetición en el litoral y otras regiones porque paga bien. Las promesas de políticas federales (siempre incumplidas) y la distorsión del concepto de federalismo, que es moneda corriente, son una demostración cabal de que el federalismo sigue latente en vastos sectores a pesar del velo moderno colonial racista del poder concentrado. Por eso cualquier candidato tiene que enarbolar una banderita si quiere despertar algún entusiasmo. En los pueblos hay que ver cómo algunos grupos, incluso por vía digital, promueven el conocimiento de fechas y nombres en relación con luchas federales antiguas y más cercanas. Lo que nos lleva a pensar que el federalismo, como decía Bartomeu Meliá del sistema guaraní, es la “memoria del futuro”.
Cosa distinta de la declamación es sostener los ideales y las acciones federales, porque hoy, como ayer, el federalismo continúa inscripto en la vereda de la “barbarie”, frente a la vereda “progresista” de la “civilización”. Ni federalismo, ni autonomías, ni licencia social siquiera, para consultar aunque sea los proyecto del poder concentrado. Nada de eso es aceptado en un país federal en la ley, colonial en los hechos. Menos aún la confederación, que ha sido en verdad el objetivo de la revolución federal y que demanda mayor autonomía de los territorios.
Volver al lugar
Los medios masivos concentrados y la globalización atentan contra el federalismo. La Argentina no logra salir del vicio colonial que lleva a las metrópolis a menospreciar el lugar, y a bajar recetas uniformadoras como si fueran salvadoras. Clericales y anticlericales cayeron en los mismos prejuicios y siguen afirmándolos. Siempre se encuentra alguna excusa para pisar a los pueblos y marcar la cancha desde el centro colonial, arbitrario por naturaleza.
Un lugar puede ser armonioso o despótico, abierto o represor. Nada garantiza que un lugar sea bueno, y nada lo condena a ser malo. Lo interesante de la existencia del lugar es que tiene la oportunidad de desplegar sus modos, sus saberes, y modificar actitudes en la interacción con los demás. Muy por el contrario, la organización vertical que menosprecia, ignora o mata al lugar, es siempre nociva y arbitraria. El “unitarismo” impuesto a sangre y fuego, que impera en la Argentina, es eso, un modelo destructor de lugares, un régimen autoritario bañado de progreso y civilización.
Tras muchos años de observar cómo el “lugar” era tratado con indiferencia, y advertir que el entorno quedaba afuera del estado y de los medios de comunicación y de las aulas, el estudioso Arturo Escobar señaló la variedad y profundidad de modos subalternos de pensar y las modalidades locales y regionales de configurar el mundo que nos estábamos perdiendo con ese vicio colonial.
Volver los ojos a la comunidad con vistas a la confederación en el sur del Abya yala (América) no es una tarea difícil, porque los ejemplos están vivos a pesar de todo, pero sí es difícil superar la tendencia de los colonizados a golpearles la espalda a los disidentes con el clásico “muy bueno lo suyo” para continuar a paso seguido con la indiferencia sin que se les mueva un pelo.
El federalismo no es fruto de la indignación, es fruto de la vida comunitaria en relación con la naturaleza, y se convierte en indignación cuando los atropellos coloniales, principalmente del poder porteño, quedan a la vista y hay con qué contrastarlos y enfrentarlos.
En la Argentina existen sectores políticos que se aprovechan de cierto plano inclinado para jugar a federales y congraciarse con las masas hasta que el poder, de tanto en tanto, da un golpe de realismo unitario, y aquellos sectores vuelven a ser favorecidos en su juego, abriendo válvulas de nuevo para aliviar tensiones paulatinamente durante algún tiempo. El engaño es cíclico.
Los invasores
No es la moda de una época; el federalismo entronca en antiguas tradiciones comunitarias que también están contenidas pero vivas, con maneras diversas. Como el torrente del río Paraná, se abre paso. Sin dudas el puente entre los saberes ancestrales comunitarios de los guaraníes, por caso, y la modernidad ha sido José Artigas desde sus experiencias en Batoví y en Mandisoví. En las costas del río Uruguay está la cuna del sistema anhelado.
En momentos revolucionarios clave, el federalismo ha sido un principio de defensa, de resistencia. Así en El Espinillo ante la invasión de Holmberg, en Arroyo Cevallos y Santa Bárbara ante la invasión de Montes de Oca, en el Saucecito ante la invasión de Marcos Balcarce, y también en las batallas decisivas del jordanismo medio siglo después.
Ya en el primer choque importante de la resistencia, la llamada “barbarie” le perdonó la vida a los enviados de la llamada “civilización” que venían a matar a los líderes federales. Y sesenta años después López Jordán rechazó armas que consideró muy destructivas. El atropello colonial es la norma, y continúa hasta en los ámbitos más insólitos, como quedó a la vista en la determinación de imponer al país el Día del músico en homenaje a un gran músico de Buenos Aires, indiscutido, cuando existen tantos grandes músicos en todo el territorio pero nadie osó en el resto del país atropellar. Ni siquiera en eso el colonialismo esperó un rato para el obvio consenso. Consultar, ¿para qué?
Si aceptamos la definición de los pueblos del oriente de Colombia sobre biodiversidad: “naturaleza más cultura”, entonces la humanidad es un afluente importante de una cuenca; una cuenca que incluye un conjunto de elementos incluso más poderosos y antiguos. El ser humano no se entiende solo, lavado. Y bien: lo mismo ocurre con el federalismo, un concepto moderno que expresa modos antiquísimos, de ahí la simpatía de los pueblos ancestrales por la síntesis de la revolución federal liderada por José Artigas acuñada en la frase “soberanía particular de los pueblos”.
La vía poética ayuda sin dudas a tomarle el pulso a las disputas, por eso aquí acudimos a los versos para conocer el federalismo.
Antigua litoralera
“De Entre Ríos a Misiones/ no almitimos unitarios;/ por desliales y arbitrarios/ los echamos a empujones”, dice la Antigua Litoralera, una recopilación de Claudio Martínez Payva, hace un siglo. Ricardo Maldonado la convirtió en un bello cielito. No sabemos cuántos años tienen estos versos, ni cuánto de su talento le imprimió el compilador. Pero sirve para señalar la simbiosis del litoral con el federalismo.
La estrofa final del poema le da un aire actual: “Federales, federalas,/ no doblemos las rodillas/ ansí rieguen las cuchillas/ con un chaparrón de balas”.
Las actuales provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos tienen en sus bases históricas una presencia descollante de las comunidades y los jefes de origen guaraní, con influencias y vínculos que siguen vigentes pero que en las últimas décadas se han ido deteriorando gracias a la consolidación omnímoda de Buenos Aires provincia y ciudad en las corporaciones, la política, los medios masivos, etc. Los nombres de Domingo Manduré, Perú Cutí, Javier Sity, Andrés Guacurarí, Nicolás Aripí, Caraipí, Cabañas, Ramoncito, dan fe de las comunidades que se debatieron entre la resistencia y la dispersión tras la derrota del artiguismo.
El estado-nación racista y uniformador implantado por Buenos Aires logró mostrar la vida comunitaria y las autonomías como expresiones primitivas, sino reaccionarias. Expertos en la distorsión, el ninguneo y las intrigas, y en la política de hechos consumados, los colonialistas cierran filas con sus recetas de apariencia “universal” e imponen los temas del debate, hasta hoy. De ahí que tantas veces quedemos en peleas playitas para no llegar a la médula. Y es que, si el federalismo es comunitario y la comunidad es anterior al estado-nación simplificador y despótico, entonces revitalizar esa conciencia exige terminar con terribles privilegios y engaños actuales y consultar a los pueblos. Si el comunitarismo y el federalismo siguen vivos conviene desviarlos como notas de color, como obsesiones folclóricas.
Manduré y Ansina
La condición comunitaria arraiga hondo y no se vuela al primer viento. Quizá logremos ingresar a ese mundo velado y vedado desde puntos clave que nos ayudan a mirar el conjunto, como si fueran mangrullos que nos faciliten la mirada hacia adelante (la historia conocida) y hacia atrás (el futuro desconocido). Uno de esos mangrullos está en el nordeste de Entre Ríos y podríamos resumirlo en la figura de la familia Manduré Irayrú, que reconoció en la prédica de José Artigas todo un legado ancestral y se volcó a la causa con alma y vida.
Domingo Manduré es en sí mismo una intersección del litoral: nacido en Yapeyú (hoy Corrientes), desplegó sus saberes y sus luchas en las Misiones, pero principalmente desde Mandisoví y Salto Chico (hoy Entre Ríos, Federación y Concordia), y concluyó su vida al oriente del río Uruguay en cercanías de Salto (hoy Uruguay).
Manduré levantó la región contra el colonialismo, inspirado en el principal objetivo de la revolución federal: la soberanía particular de los pueblos, que ensambla a la perfección con ideales de resistencia charrúa y con el teko porá guaraní, un bello modo de vida basado en la reciprocidad y en relación armoniosa con el ambiente.
Los contactos de la familia Manduré Irayrú con José Artigas se hicieron firmes y leales desde el Éxodo oriental en el Ayuí. Recordemos que en respuesta al armisticio por el cual Buenos Aires le entregaba a España toda la Banda Oriental y la mitad de Entre Ríos, las familias orientales se marcharon de su territorio hacia un lugar que no fuera dominado por la corona, y se instalaron en cercanías de la hoy Concordia.
Tal fue la ebullición autonomista en aquel territorio (hoy Entre Ríos), que en Mandisoví se recuerda el primer enfrentamiento interno en 1813 debido a las miradas diferentes: Manduré por la confederación bien expresada en las Instrucciones de ese año, Pablo Areguatí por el poder concentrado en Buenos Aires. Medio año después, los entrerrianos y los orientales resistieron juntos la invasión directa de Buenos Aires mandada a matar a Artigas en el arroyo Espinillo, cerca de Paraná. Febrero de 1814.
En esos tiempos se inspiró Joaquín Lencina (el Negro Ansina) cuando escribió, al lado de Artigas, aquellos versos lúcidos como pocos, sobre el proyecto federal. El descendiente de africanos, presente en el Ayuí, le habla en endecasílabos a Andrés Guacurarí (guaraní), sobre el sueño del patriarca (criollo, Artigas): de una nación con la fuerza de los quechua aymaras y los mapuche. Cinco vertientes de una sola cuenca: “Lo que soñó el patriarca te diré/, el genio de una raza de volcán,/ mezcla de Tupac Amaru el rebelde/ y del invencible Caupolicán”.
Esa intersección de culturas está en la base del proyecto de confederación, que respeta las lenguas, los saberes, los modos de organización, de cada región.
La sorpresa
Lo comunitario es aquí tradicional. Esa línea histórica que se pierde en el fondo de los tiempos nos empapa en este siglo XXI en los intersticios. Y la noción de litoral ayuda a ubicar esa línea por encima del provincianismo.
Leíamos la obra de Bartomeu Meliá en la que señala una identidad bien marcada en los pueblos de raigambre guaraní: la economía basada en el don y la reciprocidad, el trabajo en comunidad, la relación estrecha con el resto de la naturaleza. Meliá adquirió esos saberes conviviendo por años con pueblos diversos, metido de lleno en sus culturas, viviendo con ellos, como ellos. De pronto lo advertimos: un siglo antes que Meliá, el oriental Marcos Sastre describía condiciones parecidas en los isleños de nuestro delta, y en las familias de los campos altos de Entre Ríos. Y también antes, aunque ya en el siglo XX, Martiniano Leguizamón ahondaba con detalles en el trabajo colectivo y festivo en el territorio entrerriano, no sin cierta angustia porque, a su criterio, esa identidad se iba diluyendo. Al mismo tiempo, diversas obras literarias de las dos costas del Uruguay valoraban el asombro de las personas ante pequeñas expresiones de vida como puede ser una comadreja, un espinillo, un tala, los pastos mismos.
Hospitalidad, minga, armonía de la familia humana en la biodiversidad, mate: expresiones de una vida comunitaria que sirve de sustrato a las aspiraciones federales: nada de eso ha muerto.
Los símbolos
Largo sería narrar la variedad de ejemplos que tenemos a mano, de personas y familias bien dispuestas para la vida en común, una garantía para que las prevenciones en torno de la verticalidad colonial no deriven en utopías, o en caminos sin salida. Y largo también señalar las expresiones federales de personas, organizaciones, e incluso de políticos que saben cómo cae de bien en las familias un empaque autonomista.
No pocos habitantes de este territorio eligieron hace poco al cardenal común, de copete rojo, el ave representativa. Cuando nuestra flor nacional es ya el ceibo. Con la bandera de la banda roja, reconocida hace pocas décadas también como emblema antiguo del territorio, queda claro que el federalismo está en lo alto del árbol, en lo alto del cielo, y nadie desconoce la profundidad de los símbolos para sostener a las comunidades por encima de las diferencias del día.
Una característica de estas comunidades con disposición para la autonomía es la alegría del trabajo, la buena onda incluso en momentos crudos. Los pueblos derrotados no entregan su alegría.
A principios del siglo XX el talentoso poeta porteño Enrique Santos Discépolo explicaba la “porquería” que era el mundo, y peor aún en su tiempo. “Un despliegue de maldad insolente”. En el mismo momento el notable poeta y dramaturgo entrerriano Claudio Martínez Payva describía en versos dos aspectos del estilo, uno triste, el otro alegre, con estos versos que resaltan la voz de la madre tierra a través del pájaro. “Y en ese vacío de todo y de nada/ cuando frente a frente con Dios y la vida/ oró por los suyos a boca cerrada/ y lloró sin llanto su raza vencida/ ¡un trino!/ la gloria de un trino le abrió otro camino:/ un trino fue rumbo, consuelo y destino./ Desde la arboleda/ un zorzal le dijo con su voz de seda:/ no es criollo el lamento;/ el sol se recuesta pero empolla auroras;/ cuando gime el viento/ su dolor, es música entre las totoras”.
Martínez Payva no se encierra, no se resigna; en la mayor desazón celebra la aparición de la voz de la madre tierra hecha pájaro, dando un rumbo feliz.
En el himno titulado Soy entrerriano, dice Linares Cardozo: “Por siempre llevo un zorzal apuntalando mi cantar”. Es notable en Linares y otros poetas la vía del pájaro para simbolizar nuestros más caros valores, empezando por el federalismo. “Soy del Supremo, pluma e’ ñandú, bien federal”; “Soy entrerriano feliz pero envidio al cardenal, que toda su vida luce vincha federal”. Y en línea con los versos de M. Payva: “siempre sobra una ilusión que mata la soledad, hay tacuaritas que anidan en la tapera”.
Así como Marcos Sastre dedica páginas de El Tempe a la comadreja por su condición de madre, M. Payva apunta en “Guacho” los esfuerzos de un niño por cuidar a la comadreja que le recuerda los desvelos de su madre… Son inagotables las muestras de comprensión del ser humano en relación con las demás especies en nuestra literatura. “Si hay leña cáida en el monte yo no v’y a voltear un árbol”, dice Romildo Risso. La comunidad que sostiene el federalismo no es sólo humana, de ahí que el federalismo encaja con la corriente decolonial y ecologista.
Caminos de soberanía
Como antes en el charrúa, el guaraní, el criollo, y con ellos Artigas, Manduré, Ramírez, Andresito, el federalismo siguió despertando conciencia en otros tiempos con Urquiza, con López Jordán. Algo dijo frente al ataque a Paysandú, frente a los gritos de Peñaloza y Varela, y mucho dijo en los desbandes de Basualdo y Toledo para no pelear contra los hermanos paraguayos.
Allí las voces de Hernández, Andrade, Guido Spano, Francisco Fernández, Alejo Peyret, Alberto Larroque, cuyos mensajes reverdecen a través de estudiosos del siglo XXI. Y ya en el siglo XX, historiadores como Fermín Chávez, y en el XXI, historiadores como Juan Antonio Vilar y Juanjo Rossi, todos recuperando colores comunitarios, autonómicos, federales, estimulando estudios, encuentros, foros, asambleas, señalando las innumerables expresiones del centralismo colonial que sigue imponiendo privilegios y marcando el ritmo que le impusieron al país los llamados “próceres” de finales del siglo XIX.
Las asambleas ecologistas, los foros, los artistas, tienden caminos que vuelven la mirada a la tradición federal. Y por una cercana influencia vecinal, unos pocos intelectuales del interior provocan una relectura de las corrientes del conocimiento: un caso muy claro es la recuperación del pensamiento federal, obrero, agrarista, cooperativo de Alejo Peyret en Entre Ríos, sostenido en momentos crudos de la guerra, desde la mirada de Américo Schvartzman.
La conciencia federal permanece dormida pero despierta de tanto en tanto ante nuevos atropellos.
Partidos mayoritarios
El mismo Martínez Payva decía: “pa vestirse ella, desviste/ Güeno Saire a los dimás”. Versos que cobran vigencia cada año cuando se conversa de empresas públicas, bancos, presupuestos, obras, y el litoral comprueba que sus prioridades, para variar, no son consultadas. De ahí que tantas veces los políticos de por acá amaguen con desenvainar (y se vayan, claro, en amagos).
Los estertores federales por la vía de las armas con el jordanismo derivaron luego en el radicalismo, y el peronismo ha recibido influencias federales a través de los Martínez Payva y los Fermín Chávez, por ejemplo. De modo que los partidos mayoritarios no son ajenos al proceso.
El uruguayense Raúl Fernández y el talense Delio Paniza recuperaron para la región la importancia de la revolución artiguista. En la Payada de un Federal, el socialista Fernández, que conocimos mejor por la pluma de Jorge Villanova, no sólo explica la trascendencia del artiguismo para la Argentina sino que muestra el encadenamiento de las luchas independentistas, federales y obreras. Ninguna de ellas ha concluido, y hoy son abonadas con nuevas conciencias ecológica y feminista, no siempre con la comprensión integral de las luchas porque la razón vertical colonizadora sigue haciendo de las suyas.